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09 diciembre, 2008

La Zamacueca "La madre de todas la Cuecas"

Cada tanto surge un baile capaz de mover multitudes tanto en los barrios cuicos como en las poblas periféricas. Hoy es el reggaeton, ayer fue la zamacueca, que hace 200 años cautivó a ricos y pobres de toda Sudamérica. En Chile, más encima dio origen a nuestra cueca, que heredó su vocación transversal.

Mucho se ha discutido sobre el origen y desarrollo de nuestro baile nacional. Influencias tan diversas como las españolas, africanas, árabes y mapuches se disputan el honor de haber influido en la cueca chilena, y es probable que sea cierto, pero sumándolas a todas, sin dejar ninguna fuera. Lo que no se discute es el parentesco de la cueca con la zamacueca. La presencia de esta danza –que se bailaba más o menos como la cueca, pero con bastante menos revoluciones–, ha sido rastreada hasta las primeras décadas de nuestra vida republicana. Se considera la madre no sólo de la cueca chilena, sino también de la cuyana, la boliviana, la peruana y la ecuatoriana. Es decir, a partir de sus características poético-musicales e interpretativas, se habría originado un ramillete de cuecas que corona la música popular de América del Sur. De todas ellas, la chilena fue la que más se independizó de su matriz original, desarrollando un ritmo más vivo y un modo de interpretación más intenso. Los documentos históricos nos hablan principalmente de su práctica en el salón. Pero las investigaciones actuales sugieren que también puede haber sido bailada desde mucho antes en los sectores populares. En efecto, de la misma forma en que se hacía presente en distintas tradiciones de América, lo hacía en diversos espacios sociales, aglutinando del más poderoso al más humilde en torno a la celebración de la identidad nacional.
Se vino con el Ejército Libertador
Es a comienzos de la década de 1820 cuando se comienza a hablar de ella en Chile y en Perú. Acá llegó de Lima, con el Ejército Libertador, que había contribuido a la independencia del país hermano. Las bandas musicales de negros y criollos argentinos de ese ejército aprendieron la versión limeña y luego la interpretaron en las retretas que ofrecían en las calles y plazas de Valparaíso y Santiago. Según el músico y memorialista chileno José Zapiola, a mediados de la década de 1820, Lima “nos proveía de sus innumerables y variadas zamacuecas, notables o ingeniosas por la música que inútilmente trata de imitarse entre nosotros”. Se equivocó don José. Bastaron cinco años para que la zamacueca fuera absorbida en el país y se impusiera en los salones aristocráticos y de medio pelo. Luego se expandió hacia el campo, desde las chinganas, esas tabernas provisorias instaladas en los límites de la ciudad, donde se comía, se tomaba, se cantaba y se bailaba al son de arpa y guitarras. Su triunfo en el salón se puede observar en la oferta de partituras: ocupaba un tercer lugar en las ediciones chilenas de la segunda mitad del siglo XIX, luego de los dos bailes que dominaban la escena de entonces, el vals y la polka. Las partituras para piano, guitarra o instrumentos de estudiantina abundaban en el Chile decimonónico, porque en ese entonces, si queríamos escuchar música en casa, teníamos que tocarla.En la década de 1830, todos los sectores sociales ya bailaban zamacueca, desplazando al cuando como baile nacional. Se tocaba al piano en los salones como brillante fin de fiesta; había sido incorporada con gran éxito en los espectáculos teatrales y estaban surgiendo las primeras estrellas del género: el trío Las Petorquinas, que hizo escuela. Los extranjeros que llegaban a Chile la describían con detalle y admiración, considerándola superior a las danzas europeas en boga, y mostrándose perplejos pante su sensualidad.
“¿Quién le echaría en cara su origen plebeyo?”
El político argentino Domingo Faustino Sarmiento, exiliado en Chile, escribía en El Mercurio de Valparaíso en 1842 sobre la zamacueca: “¿Quién le echaría en cara el origen plebeyo, después de que la alta aristocracia de la moda, del tono y del buen gusto la ha hecho objeto mimado de la predilección de las bellas y el obligado fin de fiesta de toda tertulia en que no se le condene a uno a morirse de puro fastidio?” Asimismo, a comienzos de 1886, un escritor español publicaba en Madrid que la zamacueca no era solamente el baile del hijo del pueblo, pues “apenas hay familias en el Pacífico, y principalmente en Chile, que no la baile”. Coronando su presencia en el imaginario nacional, Alberto Blest Gana la describió magistralmente en sus novelas Martín Rivas (1862) y El ideal de un Calavera (1863), donde sostiene, proféticamente, que es el único baile que sobrevivirá a las transformaciones de nuestras costumbres. Nueve años más tarde, el cuadro de Manuel Antonio Caro La zamacueca obtendrá el primer premio en la Exposición de Artes e Industrias de Santiago de 1872, transformándose en la imagen preponderante del baile nacional. Miles de oleografías, tarjetas postales, almanaques y calendarios han inundado el territorio nacional con este cuadro por más de un siglo.Hasta la década de 1920, a pesar de que su denominación ya no estaba en uso y más bien aparecía en las evocaciones del baile de los abuelos, fue registrada por todos los soportes musicales existentes: partitura, rollo de autopiano, cilindro fonográfico, disco, y cine mudo con música en vivo, pues la industria musical y sus tecnologías se expandían por el mundo, absorbiendo las músicas locales como una forma de abrir nuevos mercados. De hecho, en las primeras exhibiciones públicas del fonógrafo realizadas en Valparaíso y Santiago a partir de 1892, se incluían zamacuecas interpretadas en violín. De igual modo, en uno de los primeros cortos cinematográficos chilenos exhibidos en Valpo, en 1903, se presentaba una zamacueca bailada, que acompañaban el pianista del cinematógrafo y las palmas de la audiencia.
La doble vocación que le heredó a la cueca
¿Nos habremos apropiado de la zamacueca peruana, como lo hicimos más tarde con la ranchera mexicana y con la cumbia colombiana? En todo caso, le devolvimos a los peruanos su zamacueca transformada en una vigorosa danza popular que nuestros vecinos del norte reconocieron como proveniente de Chile. Incluso la llamaron “chilena” hasta la Guerra de 1879, y a partir de entonces, marinera. Esto prueba que ya a mediados del siglo XIX estábamos en presencia de una zamacueca popular, exportable en el repertorio de bandas militares, pero especialmente en las gargantas y cuerpos de marinos y viajeros, que incluso la llevaron hasta los puertos mexicanos del Pacífico, donde se baila hasta el día de hoy como “chilena”. Hace más de un siglo que nos hace mover los pies en Chile, pero su impronta salonera y chinganera pervive en nuestro baile nacional. Sólo eso explica que recibamos a punta de cuecas al alto dignatario extranjero y que se baile ante la tribuna de honor en la Parada Militar, pero que también la zapateemos en una humilde ramada con piso de tierra, en un oscuro prostíbulo (ojalá arriba del piano) o en una lejana escuela como actividad recreativa. ¿Habrá algún otro baile en el mundo que esté presente en tantos lugares distintos y que cumpla tantas funciones diversas? Lo dudo, y todo gracias a la vieja zamacueca, nuestro baile pan-nacional.

Juan Pablo González, musicólogo, Jefe de Investigación del Instituto de Música UC
Fuente: revista guachaca .cl

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