El nombre Mapuche
El nombre que se dan a sí mismos los indígenas de la raza que los españoles llamaron “Araucana”, deriva de los sustantivos Mapu que significa tierra, país, el territorio de la nación propia, la Patria, y Che que significa persona, gente, cada uno de los miembros de la nación. Mapuche, de esta manera, significa gente del país, paisano, compatriota.
De acuerdo a versiones de algunos antropólogos modernos, la denominación Mapuche tenía una connotación similar a la que se daban a sí mismos los pueblos arios de Europa, como Deutche, Tuata y Tota de los germanos, los celtas y los itálicos, que significa “la totalidad”, “todos los hombres”, implicando que sólo los miembros de la propia nación son completa y perfectamente humanos, y los demás lo son solamente a medias.
Origen y ubicación de la nación Mapuche
Todavía no existen conclusiones definitivas acerca de la llegada y evolución específica de la nación mapuche y su cultura en el vasto territorio que abarca la mayor parte de Chile y del centro sur de Argentina.
Las crónicas incaicas hacen referencias a terribles combates sostenidos por los ejércitos de Túpac Inca Yupanqui contra los mapuches de las regiones entre los ríos Aconcagua y Maipo, donde lograron asentarse en forma permanente, así como una expedición muy numerosa que logró penetrar en territorio chileno hasta el río Maule aunque sin tomar posesión real de la tierra. De acuerdo a la crónica del inca Garcilaso de la Vega, las tropas de Túpac Yupanqui sostuvieron una feroz batalla contra los mapuches del sur del río Maule, la que se prolongó por cuatro días de combates incesantes, tras la cual el ejército incaico debió replegarse hacia el norte. Posteriormente se menciona una expedición enviada por el inca Huayna Capac, posiblemente hacia 1525, para reprimir una sublevación mapuche en la región del Mapocho.Los cronistas incaico-hispánicos Huamán Poma y el inca Garcilaso de la Vega refieren que antes de esa insurrección los conquistadores del Cusco habían instalado algunas colonias bien organizadas y protegidas por guarniciones y fortalezas en esa región rica en minerales de oro. Además habían trasplantado colonos procedentes de las regiones de Arequipa y Puno, en el actual Perú.
La zona bajo dominio incaico parece haber tenido por frontera sur la fortaleza o pucará de Chena, en las cercanías de Santiago hacia el suroeste.
En un grabado de la época se representa a los guerreros mapuches como individuos de mayor estatura que los peruanos y provistos de armamento y atuendos similares a los mencionados por Alonso de Ercilla en La Araucana; lanzas y macanas o mazas largas, cascos de cuero y chiripá, túnica de cuero o lana que se cruza por entre las piernas, cuyas puntas se anudan a la cintura. También, en la parte superior del grabado, se indica que el gobernador incaico, o Apo, era el capitán Camacinga, octavo funcionario en desempeñar ese cargo. Es decir, puede conjeturarse que la presencia incásica entre los mapuches del norte o picunches (Picun = Norte) databa de entre sesenta y ochenta años.
Ya a la llegada de Pedro de Valdivia era evidente que los mapuches de más al sur se habían distanciado de los picunches por los que llegaron a sentir menosprecio, tanto por haberse sometido a los invasores como por haberse mezclado racialmente con los colonos peruanos.
El nombre de “Araucanos” para referirse a los mapuches que no fueron jamás sometidos, lo emplearon los españoles aplicándolo a los habitantes indígenas desde el río Itata hasta Chiloé. En una de sus cartas al emperador don Carlos V, el conquistador don Pedro de Valdivia menciona específicamente la unidad cultural de los indígenas de toda la Araucanía, desde el Itata al Sur; no obstante, hay evidencias históricas de que el idioma de los mapuches era el mismo, sólo con algunas variaciones locales, desde el río Choapa (actual IV Región de Chile) hasta Chiloé (actual X Región); es decir, desde el territorio de los diaguitas hasta el archipiélago de los chonos.
En la Perspectiva del poblamiento de América
Ya está fuera de dudas que el poblamiento del continente americano se produjo en oleadas sucesivas de emigrantes procedentes de Siberia, de origen mogol, que cruzaron a través del actual estrecho de Bering —el cual durante varios períodos interglaciares pasó a ser un istmo o puente que unía a Asia con América entre Siberia y Alaska—. Este proceso se inició hace más de cuarenta mil años y se prolongó durante el período del Pleistoceno hasta los comienzos del Holoceno, doce mil años antes del presente.
Una vez en América, las oleadas de inmigrantes se desplazaron, bien buscando territorios más favorables para su subsistencia, o bien retirándose hacia el sur ante el empuje de nuevos inmigrantes más belicosos y numerosos. En esta dinámica, hacia el 12.000 antes de Cristo el poblamiento de América había alcanzado ya hasta el extremo sur del continente, incluyendo Tierra del Fuego.
Otra causa de migraciones es el aumento explosivo de la población entre los pueblos más fuertes que ocupaban las mejores tierras. Cuando el número de habitantes sobrepasaba la capacidad de sustentación de una comarca, surgían líderes que conducían a grupos sobrantes a la ocupación de tierras nuevas. Este parece haber sido el caso de dos grandes grupos paleo indios del pleistoceno, uno de ellos que hablaba la lengua “Arawak” (de la que parecen haber derivado las lenguas del grupo Andino Ecuatorial) y el otro que hablaba en una lengua del grupo Caribe. Ambos pueblos fueron muy numerosos e igualmente fuertes, y emprendieron simultáneamente migraciones expandiéndose hacia el sur.
Los lingüistas Norman McQown, en 1955, y Joseph Greenberg, en 1956, publicaron exhaustivas investigaciones sobre las lenguas indígenas americanas cuyo resultado compone un verdadero mapa que incluye las rutas de migración y expansión de las sucesivas oleadas humanas que avanzaban hacia el sur.
Todavía no existen conclusiones definitivas acerca de la llegada y evolución específica de la nación mapuche y su cultura en el vasto territorio que abarca la mayor parte de Chile y del centro sur de Argentina.
Las crónicas incaicas hacen referencias a terribles combates sostenidos por los ejércitos de Túpac Inca Yupanqui contra los mapuches de las regiones entre los ríos Aconcagua y Maipo, donde lograron asentarse en forma permanente, así como una expedición muy numerosa que logró penetrar en territorio chileno hasta el río Maule aunque sin tomar posesión real de la tierra. De acuerdo a la crónica del inca Garcilaso de la Vega, las tropas de Túpac Yupanqui sostuvieron una feroz batalla contra los mapuches del sur del río Maule, la que se prolongó por cuatro días de combates incesantes, tras la cual el ejército incaico debió replegarse hacia el norte. Posteriormente se menciona una expedición enviada por el inca Huayna Capac, posiblemente hacia 1525, para reprimir una sublevación mapuche en la región del Mapocho.Los cronistas incaico-hispánicos Huamán Poma y el inca Garcilaso de la Vega refieren que antes de esa insurrección los conquistadores del Cusco habían instalado algunas colonias bien organizadas y protegidas por guarniciones y fortalezas en esa región rica en minerales de oro. Además habían trasplantado colonos procedentes de las regiones de Arequipa y Puno, en el actual Perú.
La zona bajo dominio incaico parece haber tenido por frontera sur la fortaleza o pucará de Chena, en las cercanías de Santiago hacia el suroeste.
En un grabado de la época se representa a los guerreros mapuches como individuos de mayor estatura que los peruanos y provistos de armamento y atuendos similares a los mencionados por Alonso de Ercilla en La Araucana; lanzas y macanas o mazas largas, cascos de cuero y chiripá, túnica de cuero o lana que se cruza por entre las piernas, cuyas puntas se anudan a la cintura. También, en la parte superior del grabado, se indica que el gobernador incaico, o Apo, era el capitán Camacinga, octavo funcionario en desempeñar ese cargo. Es decir, puede conjeturarse que la presencia incásica entre los mapuches del norte o picunches (Picun = Norte) databa de entre sesenta y ochenta años.
Ya a la llegada de Pedro de Valdivia era evidente que los mapuches de más al sur se habían distanciado de los picunches por los que llegaron a sentir menosprecio, tanto por haberse sometido a los invasores como por haberse mezclado racialmente con los colonos peruanos.
El nombre de “Araucanos” para referirse a los mapuches que no fueron jamás sometidos, lo emplearon los españoles aplicándolo a los habitantes indígenas desde el río Itata hasta Chiloé. En una de sus cartas al emperador don Carlos V, el conquistador don Pedro de Valdivia menciona específicamente la unidad cultural de los indígenas de toda la Araucanía, desde el Itata al Sur; no obstante, hay evidencias históricas de que el idioma de los mapuches era el mismo, sólo con algunas variaciones locales, desde el río Choapa (actual IV Región de Chile) hasta Chiloé (actual X Región); es decir, desde el territorio de los diaguitas hasta el archipiélago de los chonos.
En la Perspectiva del poblamiento de América
Ya está fuera de dudas que el poblamiento del continente americano se produjo en oleadas sucesivas de emigrantes procedentes de Siberia, de origen mogol, que cruzaron a través del actual estrecho de Bering —el cual durante varios períodos interglaciares pasó a ser un istmo o puente que unía a Asia con América entre Siberia y Alaska—. Este proceso se inició hace más de cuarenta mil años y se prolongó durante el período del Pleistoceno hasta los comienzos del Holoceno, doce mil años antes del presente.
Una vez en América, las oleadas de inmigrantes se desplazaron, bien buscando territorios más favorables para su subsistencia, o bien retirándose hacia el sur ante el empuje de nuevos inmigrantes más belicosos y numerosos. En esta dinámica, hacia el 12.000 antes de Cristo el poblamiento de América había alcanzado ya hasta el extremo sur del continente, incluyendo Tierra del Fuego.
Otra causa de migraciones es el aumento explosivo de la población entre los pueblos más fuertes que ocupaban las mejores tierras. Cuando el número de habitantes sobrepasaba la capacidad de sustentación de una comarca, surgían líderes que conducían a grupos sobrantes a la ocupación de tierras nuevas. Este parece haber sido el caso de dos grandes grupos paleo indios del pleistoceno, uno de ellos que hablaba la lengua “Arawak” (de la que parecen haber derivado las lenguas del grupo Andino Ecuatorial) y el otro que hablaba en una lengua del grupo Caribe. Ambos pueblos fueron muy numerosos e igualmente fuertes, y emprendieron simultáneamente migraciones expandiéndose hacia el sur.
Los lingüistas Norman McQown, en 1955, y Joseph Greenberg, en 1956, publicaron exhaustivas investigaciones sobre las lenguas indígenas americanas cuyo resultado compone un verdadero mapa que incluye las rutas de migración y expansión de las sucesivas oleadas humanas que avanzaban hacia el sur.
El grupo «Ge-Pano-Caribe» corresponde a una vasta migración que rodeó el Mar Caribe, incluyendo el sur de Estados Unidos, gran parte de las Antillas, sectores de América Central, las costas norte de Colombia y Venezuela, y, entremezclándose hostilmente con los Arawak, penetró profundamente por las selvas del Brasil, alcanzó las llanuras argentinas y dio origen, entre otras, a las lenguas de los indios Tupí-Guaraní, Pampas, Diaguitas y Calchaquíes.
El grupo «Andino Ecuatorial», denominado así en homenaje a las grandes culturas llamadas Andinas (incluyendo la quechua o incásica), se relaciona con la lengua «Arawak», que corresponde a los primitivos pobladores que ocuparon las islas de las Antillas, en eterna lucha con los Caribe. Se reconoce como de origen Arawak a muchas de las lenguas bolivianas, así como la cultura de la gran isla de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, donde existió una riquísima cerámica policromada que tiene gran relación con las finas y elegantes piezas de alfarería de Tiwuanaku, la metrópoli pre colombina junto al lago Titicaca, en la actual Bolivia.
Los paleoindios de habla Arawak traspasaron la gran barrera de la Cordillera de Los Andes Centrales, estableciendo contacto con los pueblos de habla Chibcha y en seguida expandiéndose hasta cubrir los actuales territorios de Ecuador, Perú, gran parte de Bolivia, parte occidental y sur de Argentina y la totalidad del territorio chileno, hasta la Tierra del Fuego y el propio Cabo de Hornos.
Pertenecen a este gran grupo lingüístico las lenguas Quechua y Aymara así como la gran familia llamada «Araucana-Tchon», que incluye el Mapuche o Mapudungun (con sus dialectos Moluche, Pehuenche, Picunche, Huilliche, Lafkenche, etc.); la lengua Tehuelche; las lenguas Selknam del norte, del sur y Haux; las lenguas Alacalufes o Kaweshkar, y la lengua Tchon, de los habitantes de los archipiélagos de Chiloé, las Huaitecas y los Chonos (o del pueblo Tchon).
Gracias a esa raíz lingüística común, los indígenas de los tiempos históricos podían entenderse en forma comparable a como un español puede entender, aunque con dificultades, a un francés, un portugués o un italiano. Ya los conquistadores españoles pudieron utilizar intérpretes indígenas peruanos que se entendían bien con los picunches, e intérpretes picunches que se comunicaban sin mucha dificultad incluso con los huilliches del extremo sur de la Araucanía.
Las evidencias arqueológicas
Los más antiguos yacimientos arqueológicos de la zona central y sur de Chile son los de Quereo, cerca de Los Vilos, que data de 9.500 años antes de Cristo; el de San Vicente de Tagua Tagua, en la Sexta Región, que es unos 500 años posterior, y el de Monte Verde, cerca de Puerto Montt, que data de hasta 12.000 años antes de Cristo. Todos ellos muestran la existencia de comunidades de cazadores muy hábiles en el arte de tallar armas e instrumentos de piedras cristalinas y capaces de capturar piezas de gran tamaño entre las que se contaban mastodontes, guanacos gigantes, milodones y megaterios, especies de mamíferos de enorme corpulencia que se extinguieron muchos siglos antes de la llegada de los europeos.
Aunque no existen evidencias que permitan probar categóricamente que esos antiquísimos cazadores sean los antepasados directos de los mapuches, es plausible considerar que no haya habido una interrupción dramática de esa línea genética, si bien es posible que se hayan producido invasiones y mezclas con otros grupos llegados con posterioridad.
La unidad lingüística señala que los habitantes de todo el territorio tenían una unidad cultural básica perfectamente homogénea que hace pensar en un origen común y continuado.
Otros yacimientos arqueológicos muy posteriores son los de El Bato y Llolleo, que datan de alrededor del 300 de la era cristiana y se encuentran entre los ríos Choapa y Maipo. Allí se evidencia que los indígenas ya practicaban agricultura de consumo, poseían algunos animales domésticos y dominaban una alfarería eficiente consistente en vasijas, ollas, botellas, pipas para fumar y adornos de cerámica. Entre los productos más típicos de alfarería se cuenta el llamado “jarro pato” o ketrumetawe en idioma mapudungun. Es decir, hay fuertes indicios de que estos yacimientos corresponden ya a la cultura mapuche.
También claramente mapuches son los sitios arqueológicos del llamado Complejo Pitrén, que indican que entre los años 600 y 1.100 después de Cristo existían numerosas comunidades y grupos familiares o tribales fuertemente instalados en la región entre el río Bío Bío y el lago Llanquihue.
Estas comunidades mantenían sus hábitos de cazadores, mariscadores y recolectores de frutos silvestres (sobre todo el suculento piñón, fruto de la araucaria o pehuén), pero practicaban también una intensa agricultura de consumo con plantaciones familiares de maíz y papas.
Por último, el llamado Complejo Arqueológico El Vergel señala que en la misma región, entre los años 1000 y 1300 después de Cristo, la influencia cultural picunche había penetrado fuertemente trayendo consigo la domesticación de una variedad de guanacos y enriqueciendo los cultivos con variedades de quínoa, ají y varias clases de hortalizas. También se encuentran ahí los primeros enterramientos en féretros de troncos ahuecados o wampos. Ya los indígenas de estos sitios arqueológicos corresponden sin lugar a dudas a la nación mapuche que se había enseñoreado de todo el territorio chileno al sur del Choapa y de gran parte del territorio de la actual Argentina, desde la provincia de Buenos Aires hasta la zona patagónica ocupada por los tehuelches. Estos últimos, a su vez, recibieron en tiempos post colombinos un fuerte impacto cultural de parte de los mapuches, de quienes aprendieron a utilizar ropajes de telas de lana, algunas nociones de metalurgia y, sobre todo, el uso de caballo.
El etnólogo Ricardo Latcham sostuvo la teoría de que el grupo mapuche llamado “araucano” por los conquistadores, sería una nación procedente de Argentina, gente muy belicosa y más fuerte que los demás mapuches, que habría penetrado al territorio de Chile apoderándose de la zona entre el Bío Bío y el lago Llanquihue. Estos serían los moluches o gente de guerra. La teoría de Latcham ha sido desestimada. De hecho, grupos mapuches traspasaban permanentemente la cordillera de los Andes en ambas direcciones, y las últimas grandes malocas o incursiones de guerra y saqueo que afectaron a la provincia de Buenos Aires hasta finales del siglo XIX estaban integradas principalmente por mapuches procedentes de Chile, tanto pehuenches de la zona cordillerana como lafkenches y huilliches de las zonas costera y sur.
El grupo «Andino Ecuatorial», denominado así en homenaje a las grandes culturas llamadas Andinas (incluyendo la quechua o incásica), se relaciona con la lengua «Arawak», que corresponde a los primitivos pobladores que ocuparon las islas de las Antillas, en eterna lucha con los Caribe. Se reconoce como de origen Arawak a muchas de las lenguas bolivianas, así como la cultura de la gran isla de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, donde existió una riquísima cerámica policromada que tiene gran relación con las finas y elegantes piezas de alfarería de Tiwuanaku, la metrópoli pre colombina junto al lago Titicaca, en la actual Bolivia.
Los paleoindios de habla Arawak traspasaron la gran barrera de la Cordillera de Los Andes Centrales, estableciendo contacto con los pueblos de habla Chibcha y en seguida expandiéndose hasta cubrir los actuales territorios de Ecuador, Perú, gran parte de Bolivia, parte occidental y sur de Argentina y la totalidad del territorio chileno, hasta la Tierra del Fuego y el propio Cabo de Hornos.
Pertenecen a este gran grupo lingüístico las lenguas Quechua y Aymara así como la gran familia llamada «Araucana-Tchon», que incluye el Mapuche o Mapudungun (con sus dialectos Moluche, Pehuenche, Picunche, Huilliche, Lafkenche, etc.); la lengua Tehuelche; las lenguas Selknam del norte, del sur y Haux; las lenguas Alacalufes o Kaweshkar, y la lengua Tchon, de los habitantes de los archipiélagos de Chiloé, las Huaitecas y los Chonos (o del pueblo Tchon).
Gracias a esa raíz lingüística común, los indígenas de los tiempos históricos podían entenderse en forma comparable a como un español puede entender, aunque con dificultades, a un francés, un portugués o un italiano. Ya los conquistadores españoles pudieron utilizar intérpretes indígenas peruanos que se entendían bien con los picunches, e intérpretes picunches que se comunicaban sin mucha dificultad incluso con los huilliches del extremo sur de la Araucanía.
Las evidencias arqueológicas
Los más antiguos yacimientos arqueológicos de la zona central y sur de Chile son los de Quereo, cerca de Los Vilos, que data de 9.500 años antes de Cristo; el de San Vicente de Tagua Tagua, en la Sexta Región, que es unos 500 años posterior, y el de Monte Verde, cerca de Puerto Montt, que data de hasta 12.000 años antes de Cristo. Todos ellos muestran la existencia de comunidades de cazadores muy hábiles en el arte de tallar armas e instrumentos de piedras cristalinas y capaces de capturar piezas de gran tamaño entre las que se contaban mastodontes, guanacos gigantes, milodones y megaterios, especies de mamíferos de enorme corpulencia que se extinguieron muchos siglos antes de la llegada de los europeos.
Aunque no existen evidencias que permitan probar categóricamente que esos antiquísimos cazadores sean los antepasados directos de los mapuches, es plausible considerar que no haya habido una interrupción dramática de esa línea genética, si bien es posible que se hayan producido invasiones y mezclas con otros grupos llegados con posterioridad.
La unidad lingüística señala que los habitantes de todo el territorio tenían una unidad cultural básica perfectamente homogénea que hace pensar en un origen común y continuado.
Otros yacimientos arqueológicos muy posteriores son los de El Bato y Llolleo, que datan de alrededor del 300 de la era cristiana y se encuentran entre los ríos Choapa y Maipo. Allí se evidencia que los indígenas ya practicaban agricultura de consumo, poseían algunos animales domésticos y dominaban una alfarería eficiente consistente en vasijas, ollas, botellas, pipas para fumar y adornos de cerámica. Entre los productos más típicos de alfarería se cuenta el llamado “jarro pato” o ketrumetawe en idioma mapudungun. Es decir, hay fuertes indicios de que estos yacimientos corresponden ya a la cultura mapuche.
También claramente mapuches son los sitios arqueológicos del llamado Complejo Pitrén, que indican que entre los años 600 y 1.100 después de Cristo existían numerosas comunidades y grupos familiares o tribales fuertemente instalados en la región entre el río Bío Bío y el lago Llanquihue.
Estas comunidades mantenían sus hábitos de cazadores, mariscadores y recolectores de frutos silvestres (sobre todo el suculento piñón, fruto de la araucaria o pehuén), pero practicaban también una intensa agricultura de consumo con plantaciones familiares de maíz y papas.
Por último, el llamado Complejo Arqueológico El Vergel señala que en la misma región, entre los años 1000 y 1300 después de Cristo, la influencia cultural picunche había penetrado fuertemente trayendo consigo la domesticación de una variedad de guanacos y enriqueciendo los cultivos con variedades de quínoa, ají y varias clases de hortalizas. También se encuentran ahí los primeros enterramientos en féretros de troncos ahuecados o wampos. Ya los indígenas de estos sitios arqueológicos corresponden sin lugar a dudas a la nación mapuche que se había enseñoreado de todo el territorio chileno al sur del Choapa y de gran parte del territorio de la actual Argentina, desde la provincia de Buenos Aires hasta la zona patagónica ocupada por los tehuelches. Estos últimos, a su vez, recibieron en tiempos post colombinos un fuerte impacto cultural de parte de los mapuches, de quienes aprendieron a utilizar ropajes de telas de lana, algunas nociones de metalurgia y, sobre todo, el uso de caballo.
El etnólogo Ricardo Latcham sostuvo la teoría de que el grupo mapuche llamado “araucano” por los conquistadores, sería una nación procedente de Argentina, gente muy belicosa y más fuerte que los demás mapuches, que habría penetrado al territorio de Chile apoderándose de la zona entre el Bío Bío y el lago Llanquihue. Estos serían los moluches o gente de guerra. La teoría de Latcham ha sido desestimada. De hecho, grupos mapuches traspasaban permanentemente la cordillera de los Andes en ambas direcciones, y las últimas grandes malocas o incursiones de guerra y saqueo que afectaron a la provincia de Buenos Aires hasta finales del siglo XIX estaban integradas principalmente por mapuches procedentes de Chile, tanto pehuenches de la zona cordillerana como lafkenches y huilliches de las zonas costera y sur.
Los Mapuches a la llegada de los españoles
Su aspecto físico
Su aspecto físico
Se estima que la población mapuche alcanzaba a algo más de un millón de habitantes hacia 1541, fecha de la fundación de Santiago. Si bien eran —como ahora— gente de un raza de poca estatura, los cronistas señalan que en general no eran más bajos que la mayoría de los conquistadores españoles y en cambio eran más altos que los indígenas del Perú. Asimismo, su tez era considerablemente más pálida.
Es célebre la descripción que hace Alonso de Ercilla y Zúñiga sobre los varones mapuches de la región del Bío Bío:
“Son de gestos robustos, desbarbados,
bien formados los cuerpos y crecidos,
espaldas grandes, pechos levantados,
recios miembros de nervios bien fornidos;
ágiles, desenvueltos, atrevidos,
duros en el trabajo, sufridores
de fríos mortales, hambres y calores”.
Los etnólogos argentinos del siglo diecinueve coinciden en que la estatura del hombre mapuche oscilaba entre un metro con sesenta y siete centímetros y un metro con setenta y tres centímetros, y la mujer, más homogéneamente, un metro con cincuenta y cinco centímetros. Coinciden también en destacar su complexión atlética y esbelta, en contraste con los indígenas andinos (quechuas, aymaras, atacameños) más bajos y gruesos. Sus facciones presentan nariz menos achatadas que los andinos, con cráneos redondos, mandíbula fuerte y pómulos no muy levantados, y señalan la existencia de muchas similaridades con los indígenas de raza guaraní.
Según el etnólogo argentino Ramón Subirats, las facciones mapuches son de rasgos más bien delicados y redondeados, y más que a facciones andinas o mogoles recuerdan las facciones europeo-orientales, con ojos de órbitas grandes. El cabello es lacio y negro. Los ojos mayoritariamente castaño oscuros, aunque con regular frecuencia se dan ojos castaños muy claros, amarillentos, o de un particular color azul verdoso, característico únicamente en esa raza.
También los etnólogos franceses y argentinos mencionan como singularidad de los mapuches el que con relativa frecuencia presentaban individuos de apariencia física delicada, generalmente homosexuales, los que eran tratados con deferencia pues se les consideraba privilegiados por los espíritus de la naturaleza y generalmente se dedicaban a los oficios de machi y kalku, es decir, chamanes o sacerdotes, y hechiceros o brujos. Sólo después de la llegada de los españoles esos oficios pasaron a ser desempeñados únicamente por mujeres.
Vestimenta, joyería y arreglo personal
A partir de la domesticación de auquénidos, vicuñas y guanacos, la vestimenta mapuche se basó en piezas de lana tejidas a telar. Las mujeres mapuches llevaban permanentemente consigo un huso con volante de piedra para hacerlo girar en forma regular, con el cual hilaban lana en todo momento en que se encontraban desocupadas, conversando o incluso paseando.
Las hebras eran teñidas antes de ser hiladas y para ello se empleaban tintes vegetales, algunos de los cuales se conservan hasta hoy. El color rojo lo obtenían con las plantas llamadas nalca y reviun; un castaño rojizo lo producían con madera de tepú, y un azul profundo con tonalidades moradas lo obtenían con bayas de maqui. El blanco, negro y Otros tonos de café y blanco amarillento, correspondían simplemente al colorido natural de la lana de weke o vicuña doméstica. Por la escasez de lana negra natural, solían oscurecer el tinte del maqui empleando cieno orgánico y negro de humo.
El hombre utilizaba una falda cuyos extremos pasaban entre las piernas formando una especie de pantalón, y las puntas se ataban a la cintura. Este era el chiripa o chiripá. También solían llevar el chamal, o túnica corta que cubría hasta medio muslo. La parte superior se vestía con un poncho corto dispuesto a manera de blusa sin mangas y sujeto a la cintura con una faja. Por encima de ello, se llevaba un poncho largo o un manto, finamente tejido, en el cual las mujeres hacían gala de su arte y buen gusto y que constituía un símbolo del estatus de su poseedor. Era particularmente espléndido el manto de cacique, trarikan makuñ. Por último solía emplearse en las solemnidades y ceremoniales un sobre manto, el nguillatún makuñ.
La mujer llevaba un vestido recto hasta poco más arriba de los tobillos, el kepán, ceñido en la cintura con una faja o trariwe, en cuyo tejido estaban diseñados los símbolos de la jerarquía social de su dueña.
Ambos sexos solían llevar joyas, preferentemente de plata, en las ocasiones ceremoniales y solemnidades políticas, pero las mujeres las llevaban en forma permanente y también como señales de la jerarquía social de su familia. Estas joyas consistían en grandes adornos pectorales y collares llamados sikil y trapelacucha; alfileres de grandes cabezas a menudo en forma de globo, llamados akucha, prendedores o tupu, y diademas llamadas trarilonko.
Por influencia picunche (indirectamente influencia de las culturas peruanas) los mapuches de los tiempos de la conquista utilizaban además grandes aros, a menudo primorosamente labrados. En cambio, ya había caído en desuso el adornarse con el tembetá, un objeto que se introducía en perforaciones practicadas en los labios que se dilataban en forma similar a la de los botocudos amazónicos. Otros adornos similares fueron una especie de aros grandes que se insertaban en el lóbulo de las orejas dilatándolos de tal forma que los hacían colgar hasta los hombros. Esta moda se mantuvo en el Perú, de donde vino el apodo de “orejones” que los españoles pusieron a los aristócratas quechuas que los usaban.
Hombres y mujeres se depilaban cuidadosamente todo el cuerpo. Las mujeres usaban maquillaje con claro sentido cosmético; se coloreaban las mejillas con polvos y cremas de color rojizo, y asimismo se pintaban las pestañas, bordes y rabillos de los ojos con líneas oscuras y verdes. El peinado de las mujeres consistía en trenzas simples que a veces llevaban arrolladas a ambos lados de la cabeza, sujetas con alfileres o el trarilonko. Los varones no parecen haber utilizado pinturas faciales ni aún en la guerra o en solemnidades. Llevaban el cabello cortado en melena que no alcanzaba a los hombros, y, según la descripción que hace Alonso de Ercilla para la ceremonia de reconocimiento de Lautaro por Caupolicán, como lugarteniente suyo, los jefes solían raparse el pelo a ambos lados de la cabeza, dejándose sólo un abundante mechón en la parte central del cráneo, peinado en trenza desde la frente hasta la nuca:
“Y por el orden y uso acostumbrado
el gran Caupolicán lo trasquilaba
dejándole el copete en trenza largo,
insignia verdadera de aquel cargo.”
(“La Araucana”, Canto III estrofa 241)
Armamento, instrumentos musicales
Como testigo y partícipe de las guerras contra los mapuches, el poeta Alonso de Ercilla pudo describir minuciosamente el armamento y atuendo de guerra de los combatientes indígenas:
“Las armas de ellos más ejercitadas
son picas, alabardas y lanzones,
con otras puntas largas enastadas
de la fación y forma de punzones;
hachas, martillos, mazas barreadas,
dardos, sargentas, flechas y bastones,
lazos de fuertes mimbres y bejucos,
tiros arrojadizos y trabucos”
(La Araucana, Canto 1, estrofa 19)
Es célebre la descripción que hace Alonso de Ercilla y Zúñiga sobre los varones mapuches de la región del Bío Bío:
“Son de gestos robustos, desbarbados,
bien formados los cuerpos y crecidos,
espaldas grandes, pechos levantados,
recios miembros de nervios bien fornidos;
ágiles, desenvueltos, atrevidos,
duros en el trabajo, sufridores
de fríos mortales, hambres y calores”.
Los etnólogos argentinos del siglo diecinueve coinciden en que la estatura del hombre mapuche oscilaba entre un metro con sesenta y siete centímetros y un metro con setenta y tres centímetros, y la mujer, más homogéneamente, un metro con cincuenta y cinco centímetros. Coinciden también en destacar su complexión atlética y esbelta, en contraste con los indígenas andinos (quechuas, aymaras, atacameños) más bajos y gruesos. Sus facciones presentan nariz menos achatadas que los andinos, con cráneos redondos, mandíbula fuerte y pómulos no muy levantados, y señalan la existencia de muchas similaridades con los indígenas de raza guaraní.
Según el etnólogo argentino Ramón Subirats, las facciones mapuches son de rasgos más bien delicados y redondeados, y más que a facciones andinas o mogoles recuerdan las facciones europeo-orientales, con ojos de órbitas grandes. El cabello es lacio y negro. Los ojos mayoritariamente castaño oscuros, aunque con regular frecuencia se dan ojos castaños muy claros, amarillentos, o de un particular color azul verdoso, característico únicamente en esa raza.
También los etnólogos franceses y argentinos mencionan como singularidad de los mapuches el que con relativa frecuencia presentaban individuos de apariencia física delicada, generalmente homosexuales, los que eran tratados con deferencia pues se les consideraba privilegiados por los espíritus de la naturaleza y generalmente se dedicaban a los oficios de machi y kalku, es decir, chamanes o sacerdotes, y hechiceros o brujos. Sólo después de la llegada de los españoles esos oficios pasaron a ser desempeñados únicamente por mujeres.
Vestimenta, joyería y arreglo personal
A partir de la domesticación de auquénidos, vicuñas y guanacos, la vestimenta mapuche se basó en piezas de lana tejidas a telar. Las mujeres mapuches llevaban permanentemente consigo un huso con volante de piedra para hacerlo girar en forma regular, con el cual hilaban lana en todo momento en que se encontraban desocupadas, conversando o incluso paseando.
Las hebras eran teñidas antes de ser hiladas y para ello se empleaban tintes vegetales, algunos de los cuales se conservan hasta hoy. El color rojo lo obtenían con las plantas llamadas nalca y reviun; un castaño rojizo lo producían con madera de tepú, y un azul profundo con tonalidades moradas lo obtenían con bayas de maqui. El blanco, negro y Otros tonos de café y blanco amarillento, correspondían simplemente al colorido natural de la lana de weke o vicuña doméstica. Por la escasez de lana negra natural, solían oscurecer el tinte del maqui empleando cieno orgánico y negro de humo.
El hombre utilizaba una falda cuyos extremos pasaban entre las piernas formando una especie de pantalón, y las puntas se ataban a la cintura. Este era el chiripa o chiripá. También solían llevar el chamal, o túnica corta que cubría hasta medio muslo. La parte superior se vestía con un poncho corto dispuesto a manera de blusa sin mangas y sujeto a la cintura con una faja. Por encima de ello, se llevaba un poncho largo o un manto, finamente tejido, en el cual las mujeres hacían gala de su arte y buen gusto y que constituía un símbolo del estatus de su poseedor. Era particularmente espléndido el manto de cacique, trarikan makuñ. Por último solía emplearse en las solemnidades y ceremoniales un sobre manto, el nguillatún makuñ.
La mujer llevaba un vestido recto hasta poco más arriba de los tobillos, el kepán, ceñido en la cintura con una faja o trariwe, en cuyo tejido estaban diseñados los símbolos de la jerarquía social de su dueña.
Ambos sexos solían llevar joyas, preferentemente de plata, en las ocasiones ceremoniales y solemnidades políticas, pero las mujeres las llevaban en forma permanente y también como señales de la jerarquía social de su familia. Estas joyas consistían en grandes adornos pectorales y collares llamados sikil y trapelacucha; alfileres de grandes cabezas a menudo en forma de globo, llamados akucha, prendedores o tupu, y diademas llamadas trarilonko.
Por influencia picunche (indirectamente influencia de las culturas peruanas) los mapuches de los tiempos de la conquista utilizaban además grandes aros, a menudo primorosamente labrados. En cambio, ya había caído en desuso el adornarse con el tembetá, un objeto que se introducía en perforaciones practicadas en los labios que se dilataban en forma similar a la de los botocudos amazónicos. Otros adornos similares fueron una especie de aros grandes que se insertaban en el lóbulo de las orejas dilatándolos de tal forma que los hacían colgar hasta los hombros. Esta moda se mantuvo en el Perú, de donde vino el apodo de “orejones” que los españoles pusieron a los aristócratas quechuas que los usaban.
Hombres y mujeres se depilaban cuidadosamente todo el cuerpo. Las mujeres usaban maquillaje con claro sentido cosmético; se coloreaban las mejillas con polvos y cremas de color rojizo, y asimismo se pintaban las pestañas, bordes y rabillos de los ojos con líneas oscuras y verdes. El peinado de las mujeres consistía en trenzas simples que a veces llevaban arrolladas a ambos lados de la cabeza, sujetas con alfileres o el trarilonko. Los varones no parecen haber utilizado pinturas faciales ni aún en la guerra o en solemnidades. Llevaban el cabello cortado en melena que no alcanzaba a los hombros, y, según la descripción que hace Alonso de Ercilla para la ceremonia de reconocimiento de Lautaro por Caupolicán, como lugarteniente suyo, los jefes solían raparse el pelo a ambos lados de la cabeza, dejándose sólo un abundante mechón en la parte central del cráneo, peinado en trenza desde la frente hasta la nuca:
“Y por el orden y uso acostumbrado
el gran Caupolicán lo trasquilaba
dejándole el copete en trenza largo,
insignia verdadera de aquel cargo.”
(“La Araucana”, Canto III estrofa 241)
Armamento, instrumentos musicales
Como testigo y partícipe de las guerras contra los mapuches, el poeta Alonso de Ercilla pudo describir minuciosamente el armamento y atuendo de guerra de los combatientes indígenas:
“Las armas de ellos más ejercitadas
son picas, alabardas y lanzones,
con otras puntas largas enastadas
de la fación y forma de punzones;
hachas, martillos, mazas barreadas,
dardos, sargentas, flechas y bastones,
lazos de fuertes mimbres y bejucos,
tiros arrojadizos y trabucos”
(La Araucana, Canto 1, estrofa 19)
Las armas llamadas picas y lanzones son varas de coligüe muy recias, con puntas pequeñas de madera de luma endurecida al fuego. Eran un tipo de lanza muy larga y pesada, que los mapuches perfeccionaron tras la llegada de los españoles a fin de hacer frente a la caballería y a menudo empleaban hincando en tierra la parte posterior o regatón para resistir el ataque del jinete acorazado. Lo que llama alabarda, en cambio, es una vara larga provista de punta y también de hacha y gancho, que permitía al guerrero golpear y coger al jinete español para derribarlo del caballo.
Lo que Ercilla llama “otras puntas largas” son especies de puñales y además variedades de venablos y lanzas arrojadizas de menor tamaño, cuyas puntas eran muy aguzadas para traspasar las corazas o deslizarse por entre las junturas. Posiblemente estas armas con punta de punzón fueron desarrolladas originalmente para hacer frente a los soldados peruanos que usaban corazas de fieltro y cuero endurecido.
Al mencionar dardos, sargentas, flechas y bastones, se refiere Ercilla a una variedad de armas arrojadizas para ser disparadas con arco o con lanzador de mano. Los bastones eran porras pequeñas que se lanzaban a los pies del enemigo o a las patas de los caballos.
Los lazos fueron desarrollados también para enfrentar a la caballería española, y consistían en un tejido muy fuerte sujeto en la punta de una pértiga, con la cual enlazaban al jinete para derribarlo y darle muerte metiéndole un punzón por las junturas de la coraza.
Menciona también Ercilla el uso de armas de metal e incluso de trabucos o arcabuces. Se refiere con ello al rápido aprendizaje que tuvieron los mapuches de las técnicas y armas europeas, que pronto pudieron emplear ellos también, lo mismo que el caballo que recién venían conociendo y que al principio les había provocado tenor supersticioso.
En cuanto al armamento defensivo, Ercilla señala que todos los guerreros usan un coselete hecho con una doble pieza de cuero, suficientemente firme para parar una estocada o un lanzazo de acero. Como cascos protectores usaban capacetes también de cuero endurecido bajo el cual llevaban una especie de gorro amortiguador hecho de gruesa lana.
Pese a la diversidad de sus armas, los guerreros mapuches se especializaban en alcanzar máxima destreza en sólo una de ellas. En la batalla formaban filas de hombres con armas largas, especialmente picas y lanzones, seguidas de una segunda fila de guerreros provistos de mazas, hachas, martillos y lanzas arrojadizas, y, más atrás, una tercera fila de arqueros y honderos. Los de las dos filas posteriores lanzaban sus proyectiles por encima de las cabezas de sus compañeros de primera línea. Estos escuadrones se unían y reforzaban con gran agilidad, cubriendo los huecos dejados por sus compañeros caídos.
Al parecer, solían utilizar en combate unas suertes de trompetas hechas originalmente con embudos de corteza de coligüe o de arcilla, que posteriormente fueron reemplazados por cuernos de vacuno. Se supuso inicialmente que este instrumento, conocido como la trutruka, había surgido en imitación de los clarines y trompetas de bronce de los españoles, pero hallazgos arqueológicos muestran que ese instrumento musical es muy anterior a la llegada de los europeos. Es posible que distintos toques de trutruka, como otros instrumentos en todos los ejércitos, comunicaran órdenes y movimientos de los batallones.
La trutruka ofrecía posibilidades de expresión musical mucho más allá de los toques militares, y demostró ser un instrumento extremadamente sutil y lleno de recursos, como solista y también integrado a conjuntos. El tono era dado por la longitud de la caña hueca que hacía de tubo, ofreciendo variantes desde unas muy pequeñas y agudas hasta otras de sonido profundo.
Otro instrumento muy interesante es el trompe, un vibrador de boca cuyos sonidos se modulan variando la cavidad bucal con movimientos de la lengua y los labios mientras se hace vibrar una lengüeta con los dedos. Originalmente estos vibradores eran confeccionados con láminas de hueso, pero con la llegada de la metalurgia europea, no tardaron en fabricarse excelentes trompes de acero en nada distintos de los instrumentos similares propios del folklore escandinavo y lapón.
Una tercera clase de instrumento es la pifillka, una flauta de madera o arcilla, de sonido agudo y más posibilidades melódicas que los anteriores.
Pero el instrumento musical de mayor importancia es el kultrún, un pequeño timbal de caja semiesférica o cónica, con membrana de cuero tensado, que se toca golpeándolo con un palillo almohadillado.
Este tamborcillo marca las danzas y frecuentemente acompaña a los demás, pero es fundamentalmente el instrumento mágico que utilizaban los machis y kaikus para alcanzar sus estados de éxtasis místico y caer en trance. El cuero del kultrún para usos mágicos estaba decorado con diseños tradicionales, transmitidos a través de las generaciones, y pintados con sangre de menstruación de doncellas.
Finalmente empleaban otros instrumentos tradicionales como cascabeles y maracas hechas con calabazas en cuyo interior colocaban piedrecillas.
Tras su contacto con los europeos, el pueblo mapuche no tardó en incorporar a su cultura los nuevos instrumentos musicales traídos por los españoles, especialmente la guitarra, con la cual desarrollaron una modalidad muy singular de ejecución musical, adecuada para formar conjuntos armónicos especialmente con trutruka y kultrún, instrumentos que a su vez pasaron a ser afinados de acuerdo a la escala musical europea de siete notas.
Organización familiar mapuche
Hasta hace muy poco tiempo, se tenían escasas nociones acerca de la estructura familiar del pueblo mapuche; los prejuicios y la pobre información de los europeos, llevaba a comprender mal las categorías y sistemas de continuidad familiar.
Hoy se sabe que hasta poco antes de la invasión quechua y europea la familia mapuche otorgaba un elevado estatus a la madre de familia, lo que producía un estado casi matriarcal, característico de las culturas agrícolas primitivas. Existen referencias de los cronistas sobre la costumbre de que al contraer matrimonio, era el marido el que se incorporaba a la tribu de la esposa, los hijos recibían el apellido materno, y sólo por influencia del sistema patriarcal de los invasores se produjo el cambio que llevó a que la esposa pasara a integrarse a la familia y el clan del marido, sólo a partir de avanzados años de la conquista española, entre los siglos XVI y XVII.
Aún en la actualidad, la mujer mapuche aporta a la familia y al clan sus símbolos sagrados, y se la considera la “gran alma” de las tradiciones culturales; asimismo, es ella la que utiliza y lleva en su vestimenta los símbolos que expresan el linaje y la jerarquía social de la familia.
Actualmente la familia mapuche ha pasado a ser patriarcal; los hijos reciben el apellido paterno y la mayoría de los parientes masculinos más próximos viven en estrecho vecindario y realizan entre ellos los trabajos colectivos.
La importancia alcanzada por el predominio de la línea viril alteró también los tabúes o prohibiciones matrimoniales, vedando como incesto únicamente la relación entre primos hermanos por línea paterna, con los cuales mantiene relación únicamente fraternal que incluye el apelativo de hermano y hermana. En cambio los primos hermanos por línea materna son libres de contraer matrimonio e incluso se considera de máxima conveniencia (casi una obligación) que los matrimonios se realicen entre primos hermanos por línea femenina. Al parecer, hasta el siglo XIX estos matrimonios eran obligatorios.
Cuando en una comunidad todos los jóvenes llegan a estar emparentados por línea paterna, los varones deben buscar mujer en otras comunidades.
Ritos matrimoniales
Tradicionalmente, incluso en los tiempos de mayor predominio matriarcal, la familia mapuche tenía un régimen de poligamia, es decir, el varón mapuche solía tomar tantas esposas como su fortuna personal le permitiera y dando preferencia a las hermanas de la primera esposa, la cual mantenía un rango superior y cierta autoridad sobre las demás. De hecho, con frecuencia era la primera esposa la que requería a su marido que tomase más esposas a fin de repartir y alivianar las tareas domésticas y también para hacer gala de bienestar y jerarquía social.
En el seno de la familia se seguía un régimen de modales de gran cortesía y etiqueta rigurosa que evitaba el surgimiento de roces o malquerencias entre las mujeres y preservaba el tono familiar de reserva y buenas maneras. Dentro de la casa o ruca, cada mujer disponía de un ámbito propio que incluía un fogón en el que preparaba separadamente sus comidas y las de sus hijos; además poseía su propia parcela de tierra de cultivo y sus propios animales domésticos.
Debido a esa vasta organización familiar, las antiguas rucas mapuches eran construcciones de gran tamaño, llegando algunas a medir treinta metros de frente por ocho de fondo.
La poligamia actualmente está en desuso no por transformaciones culturales o legales sino simplemente por el empobrecimiento de las familias y, en parte, por influencia de las costumbres de los blancos o wingkas y los misioneros cristianos.
El noviazgo entre jóvenes se basaba desde épocas muy antiguas en el conocimiento y afecto recíproco. El joven visitaba a su novia con frecuencia y se reunía también con ella en ocasiones de fiestas, reuniones sociales y ritos religiosos. El novio solicitaba el permiso de su padre para formalizar la unión, y éste entonces enviaba a un huerkén o embajador formal a casa de los padres de la novia, para solicitarla en matrimonio y acordar la fecha y la dote que el esposo debía entregar a los padres de ella.
Llegado el momento, el novio se presentaba en casa de sus futuros suegros acompañado de su padre y un séquito de otros parientes y amigos, llevando consigo la dote en dinero, animales, productos agrícolas, piezas de tela, platería y adornos. Sólo después de entregada la dote, el novio, ayudado por sus familiares y amigos, construía la nueva ruca a cierta distancia de la de sus padres. Una vez terminada ésta, se realizaba una fiesta en la cual la novia se trasladaba a su nueva casa.
Según algunas versiones, desde la pubertad existía gran libertad sexual entre los mapuches y los varones no tenían como causa de menosprecio el que la novia hubiese tenido ya algún hijo fuera de matrimonio. Alonso de Ercilla, refiere en La Araucana cómo la joven Guacolda convivía con Lautaro y lo acompañaba en sus campañas sin estar casados y mientras aún mantenían una relación muy juvenil, más de amantes que de esposos.
Hasta mediados del siglo XIX todavía solía producirse como alternativa el matrimonio por “rapto”, que generalmente era simulado.
El novio, acompañado de otros jóvenes escogidos entre sus familiares y amigos, secuestraba a la novia que normalmente estaba de acuerdo. Una vez consumada la unión sexual de la pareja, los padres del novio se presentaban en casa de la novia llevando la dote para formalizar el matrimonio. Sin embargo, con cierta frecuencia el rapto era verdadero y contra la voluntad de la joven, lo que traía consigo recias contiendas con muertos y heridos entre los cuales más de una vez el novio se contaba entre los caídos.
Las relaciones comunitarias y organización social
Lo que Ercilla llama “otras puntas largas” son especies de puñales y además variedades de venablos y lanzas arrojadizas de menor tamaño, cuyas puntas eran muy aguzadas para traspasar las corazas o deslizarse por entre las junturas. Posiblemente estas armas con punta de punzón fueron desarrolladas originalmente para hacer frente a los soldados peruanos que usaban corazas de fieltro y cuero endurecido.
Al mencionar dardos, sargentas, flechas y bastones, se refiere Ercilla a una variedad de armas arrojadizas para ser disparadas con arco o con lanzador de mano. Los bastones eran porras pequeñas que se lanzaban a los pies del enemigo o a las patas de los caballos.
Los lazos fueron desarrollados también para enfrentar a la caballería española, y consistían en un tejido muy fuerte sujeto en la punta de una pértiga, con la cual enlazaban al jinete para derribarlo y darle muerte metiéndole un punzón por las junturas de la coraza.
Menciona también Ercilla el uso de armas de metal e incluso de trabucos o arcabuces. Se refiere con ello al rápido aprendizaje que tuvieron los mapuches de las técnicas y armas europeas, que pronto pudieron emplear ellos también, lo mismo que el caballo que recién venían conociendo y que al principio les había provocado tenor supersticioso.
En cuanto al armamento defensivo, Ercilla señala que todos los guerreros usan un coselete hecho con una doble pieza de cuero, suficientemente firme para parar una estocada o un lanzazo de acero. Como cascos protectores usaban capacetes también de cuero endurecido bajo el cual llevaban una especie de gorro amortiguador hecho de gruesa lana.
Pese a la diversidad de sus armas, los guerreros mapuches se especializaban en alcanzar máxima destreza en sólo una de ellas. En la batalla formaban filas de hombres con armas largas, especialmente picas y lanzones, seguidas de una segunda fila de guerreros provistos de mazas, hachas, martillos y lanzas arrojadizas, y, más atrás, una tercera fila de arqueros y honderos. Los de las dos filas posteriores lanzaban sus proyectiles por encima de las cabezas de sus compañeros de primera línea. Estos escuadrones se unían y reforzaban con gran agilidad, cubriendo los huecos dejados por sus compañeros caídos.
Al parecer, solían utilizar en combate unas suertes de trompetas hechas originalmente con embudos de corteza de coligüe o de arcilla, que posteriormente fueron reemplazados por cuernos de vacuno. Se supuso inicialmente que este instrumento, conocido como la trutruka, había surgido en imitación de los clarines y trompetas de bronce de los españoles, pero hallazgos arqueológicos muestran que ese instrumento musical es muy anterior a la llegada de los europeos. Es posible que distintos toques de trutruka, como otros instrumentos en todos los ejércitos, comunicaran órdenes y movimientos de los batallones.
La trutruka ofrecía posibilidades de expresión musical mucho más allá de los toques militares, y demostró ser un instrumento extremadamente sutil y lleno de recursos, como solista y también integrado a conjuntos. El tono era dado por la longitud de la caña hueca que hacía de tubo, ofreciendo variantes desde unas muy pequeñas y agudas hasta otras de sonido profundo.
Otro instrumento muy interesante es el trompe, un vibrador de boca cuyos sonidos se modulan variando la cavidad bucal con movimientos de la lengua y los labios mientras se hace vibrar una lengüeta con los dedos. Originalmente estos vibradores eran confeccionados con láminas de hueso, pero con la llegada de la metalurgia europea, no tardaron en fabricarse excelentes trompes de acero en nada distintos de los instrumentos similares propios del folklore escandinavo y lapón.
Una tercera clase de instrumento es la pifillka, una flauta de madera o arcilla, de sonido agudo y más posibilidades melódicas que los anteriores.
Pero el instrumento musical de mayor importancia es el kultrún, un pequeño timbal de caja semiesférica o cónica, con membrana de cuero tensado, que se toca golpeándolo con un palillo almohadillado.
Este tamborcillo marca las danzas y frecuentemente acompaña a los demás, pero es fundamentalmente el instrumento mágico que utilizaban los machis y kaikus para alcanzar sus estados de éxtasis místico y caer en trance. El cuero del kultrún para usos mágicos estaba decorado con diseños tradicionales, transmitidos a través de las generaciones, y pintados con sangre de menstruación de doncellas.
Finalmente empleaban otros instrumentos tradicionales como cascabeles y maracas hechas con calabazas en cuyo interior colocaban piedrecillas.
Tras su contacto con los europeos, el pueblo mapuche no tardó en incorporar a su cultura los nuevos instrumentos musicales traídos por los españoles, especialmente la guitarra, con la cual desarrollaron una modalidad muy singular de ejecución musical, adecuada para formar conjuntos armónicos especialmente con trutruka y kultrún, instrumentos que a su vez pasaron a ser afinados de acuerdo a la escala musical europea de siete notas.
Organización familiar mapuche
Hasta hace muy poco tiempo, se tenían escasas nociones acerca de la estructura familiar del pueblo mapuche; los prejuicios y la pobre información de los europeos, llevaba a comprender mal las categorías y sistemas de continuidad familiar.
Hoy se sabe que hasta poco antes de la invasión quechua y europea la familia mapuche otorgaba un elevado estatus a la madre de familia, lo que producía un estado casi matriarcal, característico de las culturas agrícolas primitivas. Existen referencias de los cronistas sobre la costumbre de que al contraer matrimonio, era el marido el que se incorporaba a la tribu de la esposa, los hijos recibían el apellido materno, y sólo por influencia del sistema patriarcal de los invasores se produjo el cambio que llevó a que la esposa pasara a integrarse a la familia y el clan del marido, sólo a partir de avanzados años de la conquista española, entre los siglos XVI y XVII.
Aún en la actualidad, la mujer mapuche aporta a la familia y al clan sus símbolos sagrados, y se la considera la “gran alma” de las tradiciones culturales; asimismo, es ella la que utiliza y lleva en su vestimenta los símbolos que expresan el linaje y la jerarquía social de la familia.
Actualmente la familia mapuche ha pasado a ser patriarcal; los hijos reciben el apellido paterno y la mayoría de los parientes masculinos más próximos viven en estrecho vecindario y realizan entre ellos los trabajos colectivos.
La importancia alcanzada por el predominio de la línea viril alteró también los tabúes o prohibiciones matrimoniales, vedando como incesto únicamente la relación entre primos hermanos por línea paterna, con los cuales mantiene relación únicamente fraternal que incluye el apelativo de hermano y hermana. En cambio los primos hermanos por línea materna son libres de contraer matrimonio e incluso se considera de máxima conveniencia (casi una obligación) que los matrimonios se realicen entre primos hermanos por línea femenina. Al parecer, hasta el siglo XIX estos matrimonios eran obligatorios.
Cuando en una comunidad todos los jóvenes llegan a estar emparentados por línea paterna, los varones deben buscar mujer en otras comunidades.
Ritos matrimoniales
Tradicionalmente, incluso en los tiempos de mayor predominio matriarcal, la familia mapuche tenía un régimen de poligamia, es decir, el varón mapuche solía tomar tantas esposas como su fortuna personal le permitiera y dando preferencia a las hermanas de la primera esposa, la cual mantenía un rango superior y cierta autoridad sobre las demás. De hecho, con frecuencia era la primera esposa la que requería a su marido que tomase más esposas a fin de repartir y alivianar las tareas domésticas y también para hacer gala de bienestar y jerarquía social.
En el seno de la familia se seguía un régimen de modales de gran cortesía y etiqueta rigurosa que evitaba el surgimiento de roces o malquerencias entre las mujeres y preservaba el tono familiar de reserva y buenas maneras. Dentro de la casa o ruca, cada mujer disponía de un ámbito propio que incluía un fogón en el que preparaba separadamente sus comidas y las de sus hijos; además poseía su propia parcela de tierra de cultivo y sus propios animales domésticos.
Debido a esa vasta organización familiar, las antiguas rucas mapuches eran construcciones de gran tamaño, llegando algunas a medir treinta metros de frente por ocho de fondo.
La poligamia actualmente está en desuso no por transformaciones culturales o legales sino simplemente por el empobrecimiento de las familias y, en parte, por influencia de las costumbres de los blancos o wingkas y los misioneros cristianos.
El noviazgo entre jóvenes se basaba desde épocas muy antiguas en el conocimiento y afecto recíproco. El joven visitaba a su novia con frecuencia y se reunía también con ella en ocasiones de fiestas, reuniones sociales y ritos religiosos. El novio solicitaba el permiso de su padre para formalizar la unión, y éste entonces enviaba a un huerkén o embajador formal a casa de los padres de la novia, para solicitarla en matrimonio y acordar la fecha y la dote que el esposo debía entregar a los padres de ella.
Llegado el momento, el novio se presentaba en casa de sus futuros suegros acompañado de su padre y un séquito de otros parientes y amigos, llevando consigo la dote en dinero, animales, productos agrícolas, piezas de tela, platería y adornos. Sólo después de entregada la dote, el novio, ayudado por sus familiares y amigos, construía la nueva ruca a cierta distancia de la de sus padres. Una vez terminada ésta, se realizaba una fiesta en la cual la novia se trasladaba a su nueva casa.
Según algunas versiones, desde la pubertad existía gran libertad sexual entre los mapuches y los varones no tenían como causa de menosprecio el que la novia hubiese tenido ya algún hijo fuera de matrimonio. Alonso de Ercilla, refiere en La Araucana cómo la joven Guacolda convivía con Lautaro y lo acompañaba en sus campañas sin estar casados y mientras aún mantenían una relación muy juvenil, más de amantes que de esposos.
Hasta mediados del siglo XIX todavía solía producirse como alternativa el matrimonio por “rapto”, que generalmente era simulado.
El novio, acompañado de otros jóvenes escogidos entre sus familiares y amigos, secuestraba a la novia que normalmente estaba de acuerdo. Una vez consumada la unión sexual de la pareja, los padres del novio se presentaban en casa de la novia llevando la dote para formalizar el matrimonio. Sin embargo, con cierta frecuencia el rapto era verdadero y contra la voluntad de la joven, lo que traía consigo recias contiendas con muertos y heridos entre los cuales más de una vez el novio se contaba entre los caídos.
Las relaciones comunitarias y organización social
La nación mapuche careció de organización global, cediendo al carácter individualista, libertario y orgulloso de sus individuos que impidió el desarrollo de la idea de un Estado o Nación como entidad funcional.
La unidad social básica de los mapuches es el clan o tribu familiar, llamado lov o lof, que reúne a las familias unidas por parentesco por línea paterna. Sin embargo, hay evidencias de que en tiempos precolombinos el lof estaba constituido por familias unidas por la línea de la madre. En ambos casos, integran el lof todas las familias con parentesco en un sentido muy amplio, y abarcando extensiones territoriales vastas, ya que la costumbre mapuche contempla mantener una gran distancia entre los asentamientos de cada familia. No obstante ello, los miembros del lof sienten profundamente los lazos de afecto, lealtad y solidaridad que se expresan sobre todo en colaboración para la instalación de una familia de recién casados, incluyendo la construcción de la vivienda, o festividad del rucán, y el desbroce del terreno para las siembras y huerta de la nueva familia. Estos trabajos comunitarios y solidarios reciben el nombre de lof cudau, y también el de mingaco, cuando se refiere a trabajos comunitarios destinados al bien común, como es el despeje de acequias y canales de regadío, caminos y lugares de culto y cementerios.
En términos de doctrina, los miembros del lof se consideran todos descendientes de un antepasado común, un ancestro mítico que en el pasado tuvo caracteres de héroe, sabio u hombre de grandes talentos y riquezas. No obstante ello, en la actualidad rara vez algún lof mapuche remonta sus orígenes más allá de unas seis generaciones, posiblemente por efecto de la pérdida de tradiciones y un proceso de aculturación impuesta por los blancos. La jefatura del lof es el padre de más edad, aunque su autoridad sobre el clan es en realidad muy débil.
Como herencia de un período matriarcal antiguo, por encima del lof subsiste una organización más amplia que es el rehue o rewe, el cual abarca a todos los clanes que provienen de un mismo emblema sagrado; es decir, que tienen vínculos religiosos expresados en la escalera mágica del machi, provista de signos y símbolos propios de esa comunidad mayor. El jefe o director del rewe es el lonco, cuya autoridad se expresa sobre todo como moderador en las discusiones que preside.
La unión de nueve rewes constituye un aillarewe, organización principalmente política, que en sus orígenes tenía carácter sobre todo militar. El jefe del aillarewe es el toqui. Originalmente, se formaban los aillarewe únicamente en circunstancias de guerra y, al terminar el conflicto bélico, la autoridad del toqui desaparecía.
Finalmente, la mayor organización política mapuche fue el vutanmapu, que llegó a reunir a la totalidad de los aillarewes para enfrentar la guerra contra los españoles y, en menor grado de organización, para enfrentar la guerra contra las Repúblicas de Chile y de Argentina.
Por otra parte, existe también una categoría de personas importantes cuyo prestigio y autoridad se basa en sus talentos y riqueza. Estos son los úlmen, quienes en el hecho pueden llegar a tener más autoridad que los jefes formales, únicamente a partir de su prestigio.
De acuerdo a la Historia General del Reino de Chile, del padre Rosales, a la llegada de los españoles la sociedad mapuche estaba fragmentada en extremo.
Dice el padre Rosales:
“Sólo hay caciques y toquis, que son dignidades y personas de respeto a quienes reconocen pero sin superioridad ni dominio para castigar.”
Señala el padre Rosales que no existían fondos públicos ni reservas y que los jefes debían trabajar para subsistir, igual que cualquiera persona común. Agrega que:
“Los caciques son las cabezas de las familias y linajes y a esos ordena las cosas de la paz y de la guerra con mucha paz y amor, y como rogando, porque si se muestra imperioso el subalterno no le hace caso".
El mismo cuadro lo presenta también Alonso de Ercilla, aunque hace ver que los toquis que ganaban gran prestigio por su calidad como hábiles estrategas y guerreros poderosos tenían en realidad gran autoridad y eran obedecidos lealmente por sus hombres que a menudo llegaban a ser varios miles de guerreros.
Dice Ercilla:
“De dieciséis caciques y señores
es el soberbio estado poseído,
en militar estudio los mejores
que de bárbaras madres han nacido:
Reparo de su patria y defensores,
ninguno en el gobierno preferido;
otros caciques hay, mas por valientes
éstos son en mandar los preeminentes.”
Destaca también Ercilla que los altos cargos y jefaturas no tenían carácter hereditario sino que eran conferidos en cada ocasión a quienes aparecieran con más merecimientos, sin que para ello se tomara en consideración ni la riqueza familiar ni el linaje de los postulantes.
Durante el período colonial, las autoridades españolas reconocieron las jefaturas y autoridades de los mapuches y las reforzaron al designar a ciertos caciques en calidad de gobernadores indígenas que representaban la autoridad del rey entre los suyos.
En la actualidad, por efecto de las defectuosas leyes indígenas de la República, los mapuches de Chile tienen un régimen de dispersión aún mayor que antes, ya que los cuerpos legales han concentrado en los loncos o jefes de comunidades tribales las facultades para distribuir las tierras de las reservaciones y también representar a cada comunidad ante los organismos burocráticos de gobierno para atención de indígenas. Con ello, la comunidad o lof pasó a ser la única organización que sobrevive.
La unidad social básica de los mapuches es el clan o tribu familiar, llamado lov o lof, que reúne a las familias unidas por parentesco por línea paterna. Sin embargo, hay evidencias de que en tiempos precolombinos el lof estaba constituido por familias unidas por la línea de la madre. En ambos casos, integran el lof todas las familias con parentesco en un sentido muy amplio, y abarcando extensiones territoriales vastas, ya que la costumbre mapuche contempla mantener una gran distancia entre los asentamientos de cada familia. No obstante ello, los miembros del lof sienten profundamente los lazos de afecto, lealtad y solidaridad que se expresan sobre todo en colaboración para la instalación de una familia de recién casados, incluyendo la construcción de la vivienda, o festividad del rucán, y el desbroce del terreno para las siembras y huerta de la nueva familia. Estos trabajos comunitarios y solidarios reciben el nombre de lof cudau, y también el de mingaco, cuando se refiere a trabajos comunitarios destinados al bien común, como es el despeje de acequias y canales de regadío, caminos y lugares de culto y cementerios.
En términos de doctrina, los miembros del lof se consideran todos descendientes de un antepasado común, un ancestro mítico que en el pasado tuvo caracteres de héroe, sabio u hombre de grandes talentos y riquezas. No obstante ello, en la actualidad rara vez algún lof mapuche remonta sus orígenes más allá de unas seis generaciones, posiblemente por efecto de la pérdida de tradiciones y un proceso de aculturación impuesta por los blancos. La jefatura del lof es el padre de más edad, aunque su autoridad sobre el clan es en realidad muy débil.
Como herencia de un período matriarcal antiguo, por encima del lof subsiste una organización más amplia que es el rehue o rewe, el cual abarca a todos los clanes que provienen de un mismo emblema sagrado; es decir, que tienen vínculos religiosos expresados en la escalera mágica del machi, provista de signos y símbolos propios de esa comunidad mayor. El jefe o director del rewe es el lonco, cuya autoridad se expresa sobre todo como moderador en las discusiones que preside.
La unión de nueve rewes constituye un aillarewe, organización principalmente política, que en sus orígenes tenía carácter sobre todo militar. El jefe del aillarewe es el toqui. Originalmente, se formaban los aillarewe únicamente en circunstancias de guerra y, al terminar el conflicto bélico, la autoridad del toqui desaparecía.
Finalmente, la mayor organización política mapuche fue el vutanmapu, que llegó a reunir a la totalidad de los aillarewes para enfrentar la guerra contra los españoles y, en menor grado de organización, para enfrentar la guerra contra las Repúblicas de Chile y de Argentina.
Por otra parte, existe también una categoría de personas importantes cuyo prestigio y autoridad se basa en sus talentos y riqueza. Estos son los úlmen, quienes en el hecho pueden llegar a tener más autoridad que los jefes formales, únicamente a partir de su prestigio.
De acuerdo a la Historia General del Reino de Chile, del padre Rosales, a la llegada de los españoles la sociedad mapuche estaba fragmentada en extremo.
Dice el padre Rosales:
“Sólo hay caciques y toquis, que son dignidades y personas de respeto a quienes reconocen pero sin superioridad ni dominio para castigar.”
Señala el padre Rosales que no existían fondos públicos ni reservas y que los jefes debían trabajar para subsistir, igual que cualquiera persona común. Agrega que:
“Los caciques son las cabezas de las familias y linajes y a esos ordena las cosas de la paz y de la guerra con mucha paz y amor, y como rogando, porque si se muestra imperioso el subalterno no le hace caso".
El mismo cuadro lo presenta también Alonso de Ercilla, aunque hace ver que los toquis que ganaban gran prestigio por su calidad como hábiles estrategas y guerreros poderosos tenían en realidad gran autoridad y eran obedecidos lealmente por sus hombres que a menudo llegaban a ser varios miles de guerreros.
Dice Ercilla:
“De dieciséis caciques y señores
es el soberbio estado poseído,
en militar estudio los mejores
que de bárbaras madres han nacido:
Reparo de su patria y defensores,
ninguno en el gobierno preferido;
otros caciques hay, mas por valientes
éstos son en mandar los preeminentes.”
Destaca también Ercilla que los altos cargos y jefaturas no tenían carácter hereditario sino que eran conferidos en cada ocasión a quienes aparecieran con más merecimientos, sin que para ello se tomara en consideración ni la riqueza familiar ni el linaje de los postulantes.
Durante el período colonial, las autoridades españolas reconocieron las jefaturas y autoridades de los mapuches y las reforzaron al designar a ciertos caciques en calidad de gobernadores indígenas que representaban la autoridad del rey entre los suyos.
En la actualidad, por efecto de las defectuosas leyes indígenas de la República, los mapuches de Chile tienen un régimen de dispersión aún mayor que antes, ya que los cuerpos legales han concentrado en los loncos o jefes de comunidades tribales las facultades para distribuir las tierras de las reservaciones y también representar a cada comunidad ante los organismos burocráticos de gobierno para atención de indígenas. Con ello, la comunidad o lof pasó a ser la única organización que sobrevive.
La economía mapuche
Hasta tiempos muy recientes los mapuches mantuvieron un régimen de economía de subsistencia basado, por una parte, en la crianza de ganado doméstico (primero algunas variedades de auquénidos y luego, como aporte de los europeos, ganado ovino y bovino además de aves de corral como gansos, pavos, patos y gallinas y muy especialmente la crianza de caballos), y la agricultura mediante el cultivo de cuadros de tierras en forma rotativa, en los que cosechaban maíz, papas, quínoa, calabazas y ají, y luego, también por influencia española, incorporaron la siembra de trigo, legumbres (lentejas, porotos, arvejas), hortalizas (cebollas, lechugas, repollos, zanahorias, etc.) a la vez que abandonaban lamentablemente el cultivo de la quínoa que es mucho más rica en proteínas.
No obstante, mantenían una intensa actividad de recolección que en la zona montañosa se concentraba en los piñones, semillas de la araucaria chilena o pehuén, y, en la costa, en los mariscos y algas comestibles que conservaban secos al sol. Complementaban la variedad de su dieta mediante la caza de venados y aves.
Las comunidades que ocupaban diversas zonas geográficas realizaban un comercio muy activo de intercambio. Los pehuenches, de las cordilleras, transportaban cargamentos de piñones al valle central para cambiarlos por productos agrícolas, y a su vez los lafquenches, o mapuches de la zona costera, cambiaban sus productos marinos por pehuenes y productos agrícolas.
En especial los pehuenches, de las zonas cordilleranas, producían una muy apreciada artesanía en madera, mientras que los del valle destacaban en sus tejidos y platería.
La ganadería cobró gran importancia durante el período de la Colonia, hasta la fundación de la República, ya que los españoles compraban a buen precio el ganado para abastecimiento de las ciudades. Por este comercio ganadero llegaron a formarse fortunas considerables que enriquecieron a muchas comunidades al sur del Bío Bío.
Con el advenimiento de la República, los blancos dejaron pronto de comprar el ganado de los mapuches, a la vez que realizaron permanentes incursiones despojándolos de rebaños completos. Posteriormente, mediante leyes que hoy están siendo impugnadas por inconstitucionales, la República desconoció los tratados con el pueblo mapuche y se inició una acelerada política que los despojó de sus tierras y bienes reduciéndolos a un estado de virtual indigencia. Este fenómeno de expolio se produjo simultáneamente tanto en Chile como en la Argentina.
Las últimas tentativas de resistencia por parte del pueblo mapuche fueron sangrientamente aplastadas luego de la aparición de armas de tiro rápido, especialmente carabinas de repetición “Winchester” que se importaban de los Estados Unidos.
En la actualidad, los mapuches se encuentran confinados en reservaciones que contemplan tierras deficientes y erosionadas (en su mayoría montes y terrenos accidentados), con una extensión media de no más de 20 hectáreas por familia. El empobrecimiento de los mapuches se hace dolorosamente ostensible en la desaparición de sus tradicionales joyas de plata.
Religión mapuche
Las creencias religiosas del pueblo mapuche permanecieron desconocidas y desfiguradas hasta la publicación de valiosísimos trabajos de investigación en fechas recientes. En gran medida esta ignorancia puede atribuirse al carácter especialmente endurecido de los conquistadores y a su dificultad de comprender las sutilezas del pensamiento indígena, y, en tiempos posteriores a la independencia, a
En La Araucana, Alonso de Ercilla afirma que los mapuches creían en una divinidad guerrera llamada Eponamón. Señala también Ercilla que los mapuches solían ingerir unas “setas engañosas” para experimentar éxtasis religioso de tipo guerrero y también para determinados ritos de los machis. Podemos inferir que se trataba de hongos alucinógenos similares a la Amanita muscaria utilizada por los chamanes siberianos y los griegos antiguos, y a los hongos de psilocibina utilizados por los indígenas centroamericanos y los tupí-guaraní del Brasil.
Al igual que los indígenas del Perú, los mapuches ingerían diversas plantas y combinaciones de efectos alucinógenos que se ingerían en brebajes, o aspirándolas pulverizadas en forma de rapé, o también fumándolas como la marihuana. Entre las principales drogas mágicas de los mapuches, fuera de las referidas setas, se cuentan la Lobelia tupa, trupa o tabaco del diablo; la Datura stramonium o chamico y la Latua publiflora, latué o palo del brujo.
La divinidad máxima y remota de los mapuches era el Gran Espíritu o Gran Fuerza, el Futa Newén, que moraba en el Wenu Mapu o País de los Cielos. Este concibió y creó el mundo, los seres vivos y el hombre, los que fueron posteriormente destruidos por un diluvio y recreados por las divinidades como refiere el mito de Tren Tren y Kai Kai (La historia de “El diluvio” mapuche).
Creían también los mapuches en la existencia de entidades invisibles llamadas Pullüam (castellanizado como el Pillán), espíritus o almas que sustentan al hombre y a las cosas, y que suelen manifestarse en los fenómenos naturales como relámpagos, vendavales, lluvias, erupciones volcánicas y terremotos. Estos espíritus constituyen la cualidad esencial de todos los seres y todas las cosas. Si el Pullüam del agua, por ejemplo, se marchara, también el agua desaparecería.
Finalmente, por influencia del cristianismo, hacia el siglo XVIII los mapuches comenzaron a concebir a una divinidad bisexual llamada Nguenechén, padre y madre de los hombres, y Nguenemapun, Señor y Señora de la Tierra. Esta divinidad, a la vez que bisexual, se expresaba también en forma benéfica o maligna.
Las ceremonias religiosas, rogativas y ritos de sanación y fecundidad (Machitún y Nguillatún) se realizaban principalmente dirigidas a los Pullüam, y posteriormente a Nguenechén.
No obstante, mantenían una intensa actividad de recolección que en la zona montañosa se concentraba en los piñones, semillas de la araucaria chilena o pehuén, y, en la costa, en los mariscos y algas comestibles que conservaban secos al sol. Complementaban la variedad de su dieta mediante la caza de venados y aves.
Las comunidades que ocupaban diversas zonas geográficas realizaban un comercio muy activo de intercambio. Los pehuenches, de las cordilleras, transportaban cargamentos de piñones al valle central para cambiarlos por productos agrícolas, y a su vez los lafquenches, o mapuches de la zona costera, cambiaban sus productos marinos por pehuenes y productos agrícolas.
En especial los pehuenches, de las zonas cordilleranas, producían una muy apreciada artesanía en madera, mientras que los del valle destacaban en sus tejidos y platería.
La ganadería cobró gran importancia durante el período de la Colonia, hasta la fundación de la República, ya que los españoles compraban a buen precio el ganado para abastecimiento de las ciudades. Por este comercio ganadero llegaron a formarse fortunas considerables que enriquecieron a muchas comunidades al sur del Bío Bío.
Con el advenimiento de la República, los blancos dejaron pronto de comprar el ganado de los mapuches, a la vez que realizaron permanentes incursiones despojándolos de rebaños completos. Posteriormente, mediante leyes que hoy están siendo impugnadas por inconstitucionales, la República desconoció los tratados con el pueblo mapuche y se inició una acelerada política que los despojó de sus tierras y bienes reduciéndolos a un estado de virtual indigencia. Este fenómeno de expolio se produjo simultáneamente tanto en Chile como en la Argentina.
Las últimas tentativas de resistencia por parte del pueblo mapuche fueron sangrientamente aplastadas luego de la aparición de armas de tiro rápido, especialmente carabinas de repetición “Winchester” que se importaban de los Estados Unidos.
En la actualidad, los mapuches se encuentran confinados en reservaciones que contemplan tierras deficientes y erosionadas (en su mayoría montes y terrenos accidentados), con una extensión media de no más de 20 hectáreas por familia. El empobrecimiento de los mapuches se hace dolorosamente ostensible en la desaparición de sus tradicionales joyas de plata.
Religión mapuche
Las creencias religiosas del pueblo mapuche permanecieron desconocidas y desfiguradas hasta la publicación de valiosísimos trabajos de investigación en fechas recientes. En gran medida esta ignorancia puede atribuirse al carácter especialmente endurecido de los conquistadores y a su dificultad de comprender las sutilezas del pensamiento indígena, y, en tiempos posteriores a la independencia, a
En La Araucana, Alonso de Ercilla afirma que los mapuches creían en una divinidad guerrera llamada Eponamón. Señala también Ercilla que los mapuches solían ingerir unas “setas engañosas” para experimentar éxtasis religioso de tipo guerrero y también para determinados ritos de los machis. Podemos inferir que se trataba de hongos alucinógenos similares a la Amanita muscaria utilizada por los chamanes siberianos y los griegos antiguos, y a los hongos de psilocibina utilizados por los indígenas centroamericanos y los tupí-guaraní del Brasil.
Al igual que los indígenas del Perú, los mapuches ingerían diversas plantas y combinaciones de efectos alucinógenos que se ingerían en brebajes, o aspirándolas pulverizadas en forma de rapé, o también fumándolas como la marihuana. Entre las principales drogas mágicas de los mapuches, fuera de las referidas setas, se cuentan la Lobelia tupa, trupa o tabaco del diablo; la Datura stramonium o chamico y la Latua publiflora, latué o palo del brujo.
La divinidad máxima y remota de los mapuches era el Gran Espíritu o Gran Fuerza, el Futa Newén, que moraba en el Wenu Mapu o País de los Cielos. Este concibió y creó el mundo, los seres vivos y el hombre, los que fueron posteriormente destruidos por un diluvio y recreados por las divinidades como refiere el mito de Tren Tren y Kai Kai (La historia de “El diluvio” mapuche).
Creían también los mapuches en la existencia de entidades invisibles llamadas Pullüam (castellanizado como el Pillán), espíritus o almas que sustentan al hombre y a las cosas, y que suelen manifestarse en los fenómenos naturales como relámpagos, vendavales, lluvias, erupciones volcánicas y terremotos. Estos espíritus constituyen la cualidad esencial de todos los seres y todas las cosas. Si el Pullüam del agua, por ejemplo, se marchara, también el agua desaparecería.
Finalmente, por influencia del cristianismo, hacia el siglo XVIII los mapuches comenzaron a concebir a una divinidad bisexual llamada Nguenechén, padre y madre de los hombres, y Nguenemapun, Señor y Señora de la Tierra. Esta divinidad, a la vez que bisexual, se expresaba también en forma benéfica o maligna.
Las ceremonias religiosas, rogativas y ritos de sanación y fecundidad (Machitún y Nguillatún) se realizaban principalmente dirigidas a los Pullüam, y posteriormente a Nguenechén.
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