Por Sabine Drysdale, desde Alto BioBío
Este cementerio no tiene muertos. Es una explanada de tierra seca, dura, baldía, dividida en cuatro por un camino jamás recorrido por un ataúd, pisado por una viuda. Hay un altar protegido de la lluvia -vacío- y el perímetro está cercado por una reja de fierro naranja. En medio de todo hay una cruz blanca.
Este cementerio lleva un año esperando algún muerto. Los ha habido en la comunidad pehuenche de El Barco, pero los deudos prefieren bajar varios kilómetros cargando el ataúd a Ralco Lepoy, donde algunos vivían antes de que se construyera la central hidroeléctrica Ralco, que les inundó sus tierras, sus casas, sus muertos.
Noventa predios de Quepuca-Ralco y Ralco-Lepoy, equivalentes a 638 hectáreas fueron cubiertos por el agua para construir la represa. De las 93 familias afectadas, 70 tuvieron que ser relocalizadas. Varias de ellas se instalaron en El Barco, en los confines de la cordillera de la octava región, donde se ubica este cementerio que nadie quiere inaugurar, donado por Endesa, dueña de la hidroeléctrica, como parte del plan de compensaciones a los afectados por las inundaciones.
María Elvira Calpán, 57 años, una mujer pehuenche, viuda, vestida con falda negra y un colorido pañuelo sobre la cabeza, camina tejiendo un calcetín de lana por la calle principal de El Barco, a unos metros de este cementerio, la mañana de un martes de mayo. Unos pasos más atrás la siguen sus dos nietos, Juanito y Pedrito, de cuatro y cinco años. No se dirigen a ninguna parte. En El Barco no hay lugares donde ir. No hay un almacén, una plaza, alguna oficina de algo. Sólo hay casas, cabras, tierra y algunas araucarias. Y hombres borrachos, a todas las horas del día, que caminan en zig-zag. En Ralco Lepoy, donde vivían antes, estaban mucho más cerca de la posta, del almacén, de la escuela.
Juanito y Pedrito, a esta hora, deberían estar en el jardín infantil, y más tarde ahí mismo debieran almorzar, pero los niños de El Barco no van al jardín infantil.
-Están inscritos, todos los niños están inscritos, pero todavía no empieza. No sé por qué no empieza-, dice María Elvira con una mezcla de molestia y resignación. A unos kilómetros de donde pasea ahora está el jardín infantil. Fue construido hace dos años, tiene salas, chimeneas, columpios y balancines. Sin embargo, también es una instalación fantasma. Ni los juegos en el patio se pueden usar, porque el perímetro está cercado por alambres de púas.
El jardín infantil es otra donación de Endesa a la comunidad como parte de su política de responsabilidad social empresarial. Pagaron la infraestructura, pero no se hacen cargo de los costos de operación. Eso, dice la compañía en un escrito enviado a "Sábado", le corresponde a la Municipalidad de Alto Biobío, según un convenio que habría suscrito con ésta. Sin embargo, en la municipalidad, tienen otra visión. "No estamos en condiciones de que ellos (Endesa) ofrezcan infraestructura y no asuman el gasto de la operación", dice el administrador municipal, Daniel Salamanca. Calcula que les costaría al menos $24 millones anuales, dinero con que no cuentan. Mientras tanto, los preescolares de El Barco no reciben educación alguna. Juanito y Pedrito apenas saben hablar. Matan el tiempo en la calle, acompañando a su abuela a cuidar las cabras, o mirando Discovery Kids. En el Barco no hay líneas telefónicas ni señal de celular, sin embargo, en todas las casas hay empalmes de luz eléctrica y una antena de Direct TV.
Ese fue otro de los beneficios que les dio en compensación Endesa, que, en una labor que normalmente realiza el Estado, instaló líneas eléctricas que llegan hasta la última de las casas. También construyeron el camino ripiado que llega a Ralco, a unos 80 kilómetros, donde se ubican la municipalidad y los servicios. Un camino de curvas y contra curvas peligrosas que sólo puede ser transitado por vehículos con tracción. La movilización para las comunidades pehuenches, que por cierto no tienen vehículos propios, se limita a un bus antiquísimo, que pasa una vez al día, cuando el clima lo permite.
Alto Biobío es hoy la comuna más pobre de Chile, según datos de la encuesta Casen. Los Pehuenches viven casi exclusivamente de la agricultura y ganadería de subsistencia. Según Daniel Salamanca, el desempleo alcanza el 90%, no existen empresas que den trabajo.El principal empleador es la municipalidad con apenas 30 plazas para siete mil habitantes.
El turismo, una de las grandes promesas de desarrollo, basta mirar la oferta, se limita a darle alojamiento barato a obreros que arreglan el camino.
Es la comuna más pobre de Chile pese a que ahí funciona la más grande obra de ingeniería hidráulica del país, que produce el 5% de la energía que entra al Sistema Interconectado Central. La ironía es cruel. Los habitantes de Alto Biobío pagan la tarifa eléctrica residencial más cara de Chile, después de Putre. Según datos de la Comisión Nacional de Energía, si en Santiago se pagan $16.315 por 150 kWh en un mes, los pehuenches, tienen que desembolsar $27.280. Y actualmente, por la escasez de circulante, un 40% tiene la luz cortada, explica Daniel Salamanca. La economía aquí, como si el tiempo se hubiese detenido, está dominada por el trueque.
Es la comuna más pobre de Chile pese a los quince millones y medio de dólares que Endesa ha invertido en la compra de terrenos y casas para la relocalización, y en obras de asistencia a las comunidades pehuenches.
Menatalidad occidental
Cada vez que José Ermenegildo Huenchucán tiene que ir a Ralco, debe vender una de sus cabras para costearse el viaje. Y una vez al año se ve obligado a vender el piño completo, por lo que recibe entre 200 y 300 mil pesos. Sobrevive el año con eso y los treinta mil pesos mensuales que gana trabajándole a otro pehuenche con mejor situación.
-En unos años más voy a quedar en la calle-, dice sentado frente a su mesa de comedor, sobre la cual hay una taza sucia y un tarro viejo de nescafé. -Pero estoy conforme con lo que nos dieron-, agrega resignado. Se refiere a su casa, mejor que la que tenía antes, el terreno, tres veces más grande que el anterior, que le dio Endesa al relocalizarlo. También recibió dinero para comprar animales, un galpón, forraje y un curso de electricista. Nada de eso, sin embargo, ha logrado sacarlo a él y al resto de sus vecinos de la pobreza.
Agustín Correa Naupa fue uno de los jóvenes pehuenches que participaron en el movimiento opositor a la represa. Hoy trabaja en la municipalidad como encargado del programa de fortalecimiento organizacional. Visita a las comunidades relocalizadas frecuentemente. Es un pehuenche educado, cursó la educación media en un liceo Agrícola de Temuco. Ha viajado a Santiago, a Europa. Y su opinión sobre los efectos de la represa en la comunidad no han cambiado desde que se inauguró en 2004.
-La represa dañó la cultura pehuenche, está haciendo que se pierda el idioma, que se rompan los lazos entre las comunidades-, dice sentado en una de las oficinas de la municipalidad, un edificio nuevo, moderno, de madera, redondo, con calefacción, donde aún cuelgan los retratos oficiales de Michelle Bachelet cuando era Presidenta. Según él, el plan de relocalización fue hecho con mentalidad occidental. Antes las casas estaban todas cerca unas de la otras, la gente se apoyaba en sus vecinos en caso de problemas, ahora están separadas por kilómetros de distancia, que tienen que recorrer a pie si es que quieren juntarse con un vecino, si el clima lo permite.
-El pehuenche no es agricultor, cambiarlo de la cordillera hacia una zona plana como El Barco es un cambio muy profundo. Acá la agricultura es de autoconsumo, no comercial, entonces tienen que adecuarse a las tecnologías, a la fertilización de las tierras. Endesa les regaló las semillas, les aró la tierra, se las sembraron, pero sin enseñarles. Los fondos de la represa debieron haber estado más en educación, en generar emprendimiento y estuvo centrado en algo asistencialista hasta el último momento-, dice con la mirada seria, enojada, triste.
Para llegar a la casa de María Elvira Calpán, desde la calle principal de El Barco, hay que caminar más de una hora. Un perro sale ladrando contento a recibirla pero ella toma una varilla y le da azotes. Es bravo, advierte. El perro aúlla y Juanito y Pedrito corren detrás de un chanchito lechón que también huye despavorido. El sitio de María Elvira tiene un pequeño bosque de araucarias, hay una ruma de troncos apilados para el invierno, un pequeño corral para las ovejas. En una carretilla junta agua para su consumo. Reclama que se la cortan constantemente, eso le impide cultivar sus propias hortalizas. También se queja de que apenas hay piñones para recolectar. Está angustiada. Es mayo y aún no junta el dinero para comprar los cuatro quintales de harina que necesita para sobrevivir el invierno. Cuando caiga la nieve, quedará tres o cuatro meses aislada, con la única compañía de un hijo treintañero alcohólico. No verá a Juanito ni a Pedrito que viven con su madre en el camino principal. La casa más cercana está a varios kilómetros. No son los vecinos que tenía antes en Ralco-Lepoy, con quienes contaba en caso de necesidad.
-Son extraños, puros extraños. Antes estábamos mucho mejor- , dice. Sus ojos se llenan de lágrimas y maldice a su marido ya muerto, por haber aceptado la relocalización en ese lugar. María Elvira se limpia las lágrimas y comienza a hilar lana. En la muralla de madera cuelgan una foto de ella con su marido y cuatro diplomas de cursos que hizo gracias a Endesa: Manejo y sanidad agrícola y ganadera, técnicas de cocina básica y repostería, nutrición y plantas medicinales y tejido con lana tradicional mapuche.
-¿Le sirvieron esos cursos?
-Sí, aprendimos a hacer conservas, hicimos bufandas, pero ahora no hay trabajo.
Además del hambre, María Elvira, sufre con el aburrimiento.
El lamento del lonko
Cuando se construyó la represa Ralco, el pueblo pehuenche se dividió, para siempre en dos. Entre los que se opusieron y los que soñaron que llegaría el progreso. El lonko de Quepuca-Ralco, Carmelo Levi, 27 años liderando unas cien familias, fue uno de estos últimos. Y se convirtió en la voz de Endesa frente a su comunidad.
Fue un viaje a Argentina el que lo hizo mirar el proyecto con otros ojos. Al otro lado de la cordillera vio que la gente vivía en muchas mejores condiciones.
-Nosotros estábamos demasiado aislados. Las condiciones de vida no estaban bien. Había un camino malísimo, no había buses-, dice. Por eso, pese a que se ganó muchos enemigos entre sus pares, no se arrepiente de haber apoyado la represa.
Pero hubo una parte de todo esto que no le gustó.
-Cuando estuvo la represa (en construcción) era pura armonía, mucha plata, mucha ayuda-. El hombre sube la voz. -Pero cuando se retiró Endesa, se apagó todo. Cómo decirlo, tener un crecimiento, un bienestar y de repente se termina... como que se lo llevó el viento. La gente pensó que esto iba a ser el principio y nunca iba a terminar-, dice. -Ahora no queda nada, no hay nadie que gane un peso en este lugar.
Mientras se construyó Ralco, Endesa le dio trabajo a 350 pehuenches, dice Renato Fernández, gerente de Comunicaciones de la empresa, que formaban el 10% de la mano de obra. No respondió cuántos trabajan en la represa hoy, sin embargo, Daniel Salamanca, el administrador municipal de Alto Biobío, asegura que ninguno.
Hace seis años que Carmelo Levy está cesante, que no tiene un sueldo fijo. Fue obrero en la represa, hoy se dedica a la artesanía en madera o a trabajar la tierra en un campo que la Conadi le dio a su señora en Santa Bárbara. En Quepuca Ralco, donde tiene su casa, no podría subsistir.
-¿Nunca pensó que era esperable que cuando se terminara la obra se acabaría el trabajo?
-Yo siempre pensé, yo tenía más inteligencia y dije: "Algún día se va a terminar esto, hay que guardar". Pero se terminó. Nosotros vivimos en un sector que es muy poco agrícola, Endesa nos puso todo, pero faltó el esfuerzo nuestro ahí. Yo hablo las cosas como son-, dice sin querer ahondar más en el tema.
Más que la falta de oportunidades, lo que más le duele al Lonko es la división social que se generó entre las comunidades.
-Nunca llegamos a un acuerdo, la unión que teníamos antes, la armonía, se perdió. Por eso quiero ser bien claro, es muy lindo, hay muchos beneficios cuando llega una represa, pero después queda la pelea, la división, porque no todos están de acuerdo.
Carmelo Levy se emociona.
-De tanta comunicación que yo tenía con la gente de Endesa, todos los días me juntaba con ellos, ahora hace más de 6 años que yo no sé de ellos. Siempre me dijeron que iban a estar al lado mío. Nunca te vamos a dejar solo, usted ha sido una buena persona, nos ha ayudado a nosotros, siempre vamos a estar al lado suyo. Me decían: "Carmelo, siempre te vamos a seguir viendo". Terminaron el trabajo y se olvidaron. Son unos mentirosos los de Endesa, dejan a la gente botada. Si van a hacer la misma cuestión allá en Aysén, que tenga cuidado la gente. Es bueno, hay beneficios, pero después Endesa se olvida de nosotros. Así lo hicieron en Ralco-, dice con los ojos llorosos.
-¿Qué esperaba usted de ellos?
-El contacto humano y que dieran trabajo, es un tremendo platal que sale con eso, cuánta plata, millones de dólares que está produciendo y una persona como uno después de haber hablado tanto a favor de ellos, ni siquiera nos miran. Ni se despidieron.
"Desde el primer minuto que adquirimos el compromiso de trabajar con esta comunidad hemos estado presentes. La Fundación Pehuén, que fue creada para mejorar la calidad de vida de las comunidades afectadas, cuenta con un directorio de 13 miembros de los cuales 6 son pehuenches", dice Renato Fernández gerente de comunicaciones de Endesa y presidente de la Fundación Pehuén. Y agrega, que uno de esos directores fue elegido por la comunidad de Quepuca Ralco con la cual han desarrollado 8 iniciativas para mejorar su calidad de vida.
Royalty a la energía
La Municipalidad de Alto Biobío no está conforme con el dinero que Endesa deja en la comuna. Reclaman que la central Ralco no tributa en esa comuna, sino que en Quilaco, donde se ubica su sala de máquinas y que el ingreso municipal que deja sólo alcanza a $1.218.862 anuales.
Más abajo está la central Pangue, construida con anterioridad y que sí tributa en Alto Biobío y por la cual Endesa paga $128.482.000 anuales.
Decidido a aumentar este monto, el alcalde Félix Vita está trabajando junto a un grupo de 10 diputados liderados por el radical José Pérez Arriagada en un proyecto de acuerdo, que realiza una reforma constitucional para cobrarle un royalty a Endesa por la generación eléctrica en la zona.
En el punto cuatro del documento, firmado en octubre del año pasado, se lee: "Al cumplirse 6 años desde la instalación de la central se ha comprobado que las externalidades negativas asociadas a estos proyectos eléctricos han sido mayores que los beneficios para la comuna de Alto Biobío. El crecimiento económico y social no se ha notado. Por el contrario, el daño ambiental y la cesantía parecen ser los mayores aportes".
Endesa declinó comentar a "Sábado" esta iniciativa, que dijo desconocer. Sin embargo, a propósito de la pobreza que asola la comuna, Renato Fernández declaró:
"Endesa Chile está implementando desde el año 2000 un plan de apoyo a la comunidad y está presente en la zona desde 1992 con Fundación Pehuén. Ésta trabaja con 700 familias de las comunidades de Callaqui, Pitril, Quepuca Ralco, Ralco Lepoy, El Barco y Ayín Mapu. Desde 1992 a la fecha, la entidad ha promovido programas para mejorar las condiciones socioeconómicas de las comunidades pehuenches socias de la institución, en materia de salud, educación, vivienda, desarrollo productivo y nivel de ingreso económico; desarrollando la capacitación de las personas, e impulsando programas que fortalecen los aspectos culturales propios de la comunidad pehuenche".
fuente elmercurio.cl
aunke usted no lo crea.......
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