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09 enero, 2009

La Isla de la Fantasía "los Buena Vista Social Club de Valparaíso"


Nota realizada por:

David Ponce / La Nación Domingo

Domingo 16 de septiembre de 2007

La Isla de la Fantasía, los Buena Vista Social Club de Valparaíso
Cuecas de orilla de playa

El puerto y la orilla del mar son el paisaje de La Isla de la Fantasía, elenco de eminencias de la música popular de Valparaíso que este año sacó uno de los discos históricos de la temporada. Es “A cueca limpia”, crónica viva de cómo era y es la fiesta porteña.


Si en el folclore chileno de autor anónimo ya está escrita la cueca que compuso el dueño del Barón, el dueño de otro de los cerros de Valparaíso sí tiene nombre y domicilio conocido, y vive hasta hoy en una de esas calles encumbradas. Es Gilberto Espinoza, más conocido en el puerto como Mascareño, una de las leyendas vivas de la cueca en Chile. Él es el dueño de Ramaditas.
"Soy dueño de Ramaditas porque soy un caballero / Me subo por Santa Elena y bajo por Los Polleros", dice esa cueca, escrita sobre la misma melodía tradicional de "Yo soy dueño del Barón", tal como la está recitando ahora Mascareño en su casa. "Las calles principales que yo trafico es calle Ramaditas, donde el Perico / Donde el Perico sí, calle Fortuny / Donde toman los guapos el día lunes / Vamos a hacer la mañana, donde Juan Salas".
El Juan Salas era un gallo que vendía trago pa callao explica el dueño de casa, que a sus 83 años no sólo ha visto pasar décadas de historia y personajes por los barrios de Valparaíso, sino que además es uno de los cantores convocados en "A cueca limpia", un disco histórico publicado este año que reúne a varios exponentes principales de la cueca y la música popular porteña de la vieja guardia, todos juntos bajo el nombre de La Isla de la Fantasía.
LA UÑETA ES PA LOS HUEVONES
No muy lejos de Ramaditas queda el cerro San Juan, donde está el lugar que da origen al nombre del conjunto. La Isla de la Fantasía, en alusión a la vieja serie de TV del mismo título, llaman en el puerto a la casa de Benito Núñez, veterano cuequero en cuyo hogar se juntan estos músicos que ya han dado origen a dos discos, "Cuecas porteñas" (2001) y el propio "A cueca limpia" (2007).
Empecé a cantar cueca en el Nunca Se Supo ha dicho el dueño de casa, nacido el año 29 y cuequero desde los 17 años. Se refiere al histórico y ya desaparecido restaurante de calle Chacabuco, en el Puerto. Ése y otros escenarios de cabarets, quintas de recreo, casas de niñas, fondas, rodeos y lugares como Los Siete Espejos fueron los domicilios de la cueca en Valparaíso.
Después pescaron a todos los antiguos, le pusieron La Isla de la Fantasía, adonde vive el Beno, y llegamos todos de un viaje explica Mascareño, que integra el elenco con figuras de la alcurnia de las cantantes Lucy Briceño y Silvia Pizarro, conocida como Silvia la Trigueña; Mascareño y Benito Núñez; el cantor Tío Elías Zamora, también baterista de Los Paleteados del Puerto; el acordeonista Luis Salas y los guitarristas y cantores Carlos Dávila, Juan Pou, César Olivares y Juan "Juanín" Navarro.
Con ellos actúan el joven investigador Bernardo Zamora, productor de los dos discos, y Luis "Flaco" Morales, santiaguino avecindado en 1971 en Valparaíso. "Yo llegué aquí a trabajar como garzón, como copero. Después empecé a enrolarme con la cueca. Me faltaban las pillerías. Ahí aprendí que el cejillo es pa los huevones, y que la uñeta es pa los huevones. Se hacía mucho folclore aquí, en el Restaurante Nunca Se Supo, el Restaurante Avenida, cuecas, cuecas, cuecas. Ahí me enganché yo", recuerda Morales, que toca guitarra y requinto y es autor de todas las cuecas originales del nuevo álbum.
Tenemos cuecas inéditas, y no solamente cuecas, porque es variado, pero a mí en particular, si me dieran a elegir, siempre voy a preferir la cueca. Cuando canto una cueca siento que la estoy bailando dice Lucy Briceño, que cuando sonríe también parece estar bailando, sentada en el taller de modas donde trabaja, en una antigua casa en el plan de Valparaíso. Lucy Briceño además es modista, y si se inició en la música mexicana, ya en los años 60 se entregó a la cueca, primero como bailarina y campeona de baile, y luego como cantante.

Y más arriba, encumbrada entre Viña y Valparaíso en una casa del cerro Barón, vive Silvia la Trigueña con su esposo, el guitarrista y cantante peruano Carlos Dávila. A sus 72 años son casi 60 los que ha dedicado a la música, desde que debutó a los cinco años en el Teatro Barón, "aquí mismo, a la vuelta", dice, sentada a la cabecera de su mesa de comedor, con decenas de fotos de los grupos que ha integrado colgadas en la pared de la casa. "Como la edad de esta niña que estaba en Rojo . A esa edad cantaba yo", recuerda la mujer iniciada en Radio Cooperativa de Valparaíso a los 12 años.
Me costó cantar cueca. Porque antes con tarro se acompañaban, me contaba mi papá. No se sabía de batería, entonces era con unos tarros en un cerro, y del otro cerro otros les contestaban. Y los hombres tenían tremendos vozarrones. Y con el silencio de la noche se escuchaba bonito recuerda Silvia. Es el Valparaíso de esa época el que revive en "A cueca limpia", con cueca, y además con tonada, foxtrot y vals. Como el vals "El espejo de mi vida", que también canta Mascareño y cuenta las reflexiones de un hombre ya entrado en años. "Claro. Para uno que es viejo es como mirarse en el espejo ahora", dice el dueño de Ramaditas, y se ríe con ganas.

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