Las colaboraciones con grandes figuras musicales han marcado la trayectoria y vida de Ángel Parra (de nacimiento, Ángel Cereceda Parra), partiendo por el privilegiado entorno familiar que ya en la adolescencia lo tenía presentándose junto a su hermana, Isabel Parra, y su madre, Violeta Parra, en diferentes locales de Chile y el extranjero. Su carrera le ha permitido compartir estrechamente con los más grandes nombres de la canción latinoamericana, incluyendo a Atahualpa Yupanqui, Pablo Milanés y Víctor Jara; y hasta hoy su nombre se vincula con comodidad a figuras de muy diversos ámbitos.
Autodidacta en la interpretación de guitarra y en el canto, Parra ha sido un artista versátil en formatos y temáticas, además de prolífico: más de setenta álbumes suyos se reparten en etiquetas de diversos países. Es parte de una familia de profundo y extenso aporte a la música popular chilena, pues también ha destacado su descendencia: el guitarrista Ángel Parra Orrego (Los Tres, Ángel Parra Trío) y la cantante Javiera Parra (Javiera y Los Imposibles) son hijos suyos.
Activa adolescencia
La influencia de su madre convirtió a Ángel Parra en un artista e investigador precoz. Se saltó la educación secundaria (fue su madre quien le enseñó a leer, en casa) y ejerció diversos oficios desde una edad temprana, en parte para mantener el presupuesto familiar. Su adolescencia se repartió entre viajes a Argentina y Uruguay, y en labores en canales de televisión, específicamente en la naciente señal de la Universidad de Chile. Tuvo un breve paso por el Conservatorio para estudios de oboe. A fines de los años ‘50 ya era parte activa del mundo discográfico, y publicó un miniálbum junto al grupo Los Norteños (Cuatro villancicos chilenos).
En 1961 viajó a París junto a su hermana Isabel para reunirse con Violeta. El conjunto se presentó en locales nocturnos europeos con el nombre de Los Parra de Chile, y juntos grabaron un primer longplay titulado Los Parra de Chillán (1963). Su sociedad con Isabel fue un puntal que se mantuvo hasta bien avanzada la década de los 70. Regresó solo al país en 1964, decidido a continuar con su trabajo entre sus compatriotas e imponer las raíces de su música en el ambiente nuevaolero.
En el libro En busca de la música chilena, recuerda el cantor: “De regreso de Europa, fuimos al ‘Pollo Dorado’ y otros locales nocturnos a pedir trabajo. Por supuesto que no nos contrataban, porque yo andaba con los mismos eternos pantalones de cuero, no tenía traje de huaso con manta y espuelas, y a ellos no les servían nuestras canciones folclóricas auténticas, ni menos las canciones políticas. Empezamos a juntarnos en la pieza grande de la casona de Carmen”.
Fundó allí la mítica Peña de los Parra, epicentro de la actividad musical en vivo de la Nueva Canción Chilena. Sus primeros conciertos integraban cuecas compuestas por su tío Roberto Parra, las cuales luego dieron forma al disco Las cuecas del tío Roberto (1972). En 1965 grabó el primero de varios oratorios, Oratorio para el pueblo, en el que participaron el Coro Filarmónico de Santiago, dirigido por Waldo Aránguiz, y los cantautores Rolando Alarcón, Isabel Parra y Julio Mardones. En 1966 dirigió a Quilapayún en su debut en vivo en Valparaíso. Para entonces, Ángel Parra ya era parte activa de un movimiento que, más que ideológico, concibía —en sus palabras— al canto “puesto al servicio de un ideal, de una utopía”.
En 1967 comenzó a presentarse junto a los Curacas, grupo de música andina del cual llegó a ser director artístico. Se intensificaron sus viajes al extranjero y participó de una serie de festivales de música comprometida, como el Primer Encuentro de la Canción Protesta, realizado en 1967, en Cuba; y en el cual también figuraban su hermana Isabel y Rolando Alarcón. En 1969 intervino en el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena con el tema “Amigo, soldado, hermano”. Bajo etiqueta Dicap, el LP Canciones funcionales incorporó uno de sus títulos más populares, “La democracia”, muestra de la ironía que barnizó muchas de sus composiciones.
Ángel Parra ofrecía ya entonces pruebas de su desprejuicio estilístico, colaborando por igual con exponentes del más alto compromiso político (Víctor Jara, Quilapayún) como con los Blops, una de las primeras banda en Chile que intentaron fusionar rock y raíz folclórica.Durante el gobierno de la Unidad Popular, Ángel Parra publicó Corazón de bandido-Canciones de patria nueva (en el que incluyó un tema de Pablo Milanés). Entonces también apareció una antología de la Nueva Canción editada por el partido Mapu (Se cumple un año ¡y se cumple!), la cual se inauguraba y cerraba con “Cuando amanece el día”, una de sus composiciones más importantes y que luego le dio nombre a un LP completo publicado por Dicap.
Al exilio
Aparte de su madre, su mayor influencia ha sido la del músico argentino Atahualpa Yupanqui, quien le entregó su poema “En el Tolima” para que lo musicalizara. Con el mismo Yupanqui luego registró El último recital, grabado en conjunto en Zurich, en 1992. Parra ha musicalizado los versos de diversos poetas, incluyendo a Federico García Lorca (”El galapaguito”), Pablo Neruda (en los álbumes Arte de pájaros y Sólo el amor), Gabriela Mistral (en el disco Amado, apresura el paso, donde comparte voces con su hija, Javiera).
Además ha trabajado la prosa de Manuel Rojas (Chile de arriba a abajo) y Volodia Teitelboim, en cuyo trabajo se inspiró el álbum Pisagua, el último que alcanzó a publicar Dicap antes del golpe de Estado. Su discografía se cruza en varios momentos con el cine, incluyendo musicalizaciones para El ñato Eloy (1968), de Humberto Ríos, y La tierra prometida (1970) y Los náufragos (1994), de Miguel Littin; además de una serie de documentales trabajados durante el gobierno de la Unidad Popular.
El golpe de Estado de 1973 le significó, entre otras cosas, el inmediato traslado al Estadio Nacional, y luego el paso sucesivo por diversos recintos de detención instalados por la incipiente dictadura. Fue en su prisión de Chacabuco que compuso el Oratorio de Navidad, que montó por primera vez junto a otros reclusos. En 1974 partió a su exilio a México, donde continuó su labor musical presentándose en los más importantes escenarios del país, como el Auditorio Nacional. Dos años más tarde viajó a París, Francia, donde reside hasta hoy, manteniendo un activo ritmo de publicaciones y conciertos por toda Europa, además de periódicas visitas a Chile. Durante los años 90, sus discos alternaron canciones infantiles, eróticas, militantes y de raíz folclórica; siempre a la par de una carrera que ha privilegiado la reflexión de su mensaje, liberando la forma por la cual éste pueda presentarse.
Al igual que lo que sucedió con su hermana Isabel, un acuerdo con el sello Warner-Chile le permitió publicar la primera antología de sus canciones (Antología, 2000), relanzar el disco Pisagua (esta vez, junto a los registros clandestinos de Chacabuco) y mostrar material nuevo, como Brindis y cuecas caballas, en el que colaboraron su hijo Ángel, Álvaro Henríquez, y los experimentados músicos de la antigua bohemia Rafael Traslaviña (piano) e Iván Cazabón (contrabajo). A cincuenta años de su debut, la de Ángel Parra es una discografía imparable, en la que además reparte un talento escrito que lo ha hecho autor de algunas novelas y del libro de memorias Violeta se fue a los cielos (2006), sobre su inmortal madre.
—Marisol García.
(Fuente:.musicapopular.cl)
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